miércoles, 16 de enero de 2013

Una tragedia colectiva

  Por eso, por colectiva, la sufrimos y la repensamos. Sin señalar con el dedo, pero sin callar. En la noche de Todos los Santos, malhadada noche de jalogüin, han muerto cinco jóvenes, aplastadas por una avalancha humana en la celebración de una macro fiesta.
  Según informaciones radiofónicas, cientos de padres recorrían los hospitales, en la mañana del día 1, indagando si alguna de las víctimas era su hija. No sabían dónde estaba.
  Inmediatamente se han exigido responsabilidades y se ha mirado hacia la Empresa organizadora, a la Policía, al Ayuntamiento: exceso del aforo, falta de control de entradas, desorden en la venta de entradas y varias formalidades más. Justo es que cada cual asuma su responsabilidad.

Madrid Arena, Halloween 2012
  Pero allí había unos actores principales, a los que nadie osa señalar: los jóvenes asistentes. Y ante estos hechos, no nuevos, los que llevamos en la sangre la vocación docente, nos hacemos muchas preguntas : ¿Así es gran parte de la juventud que estamos formando? ¿La que se siente feliz como masa irreflexiva? ¿La que considera gran fiesta el formar parte de una apretada manada de miles de cabezas? ¿La que para divertirse necesita estar muchas horas de botellón –cuanto más macro, mejor–, a base de alcohol y droga? ¿La que no consiente que sus padres le pongan un límite medianamente racional? Porque esa juventud era en gran parte la de la fatídica noche de jalogüin, sin empacho de reconocerlo para acusar a los demás:“con mi entrada nos colamos doce”;“ hice una copia que ruló entre  mis amigos”; “ estaba a reventar y seguíamos entrando”; “veías a la gente de la pista central mazo aplastada”; “yo entré con el carné de mi hermana mayor”… Es decir, trampas, falsificaciones, consciencia de la masificación. Porque eran mujeres y hombres jóvenes, pero adultos, responsables de sus actos. (Una locutora anunció así una de las muertes: “adolescente de 20 años”). Y no menos responsabilidad en los menores que, muy ufanos, se colaron. Sin embargo, ni una palabra pública de reproche. Es más, “El presidente del Consejo de la Juventud de España ha pedido que no se demonice a los jóvenes por su forma de divertirse”, añadiendo, como gran justificación, que “en cuanto al consumo de drogas y alcohol, este colectivo repite patrones tristemente generalizados en la sociedad”. Aparte de que esta última aseveración es muy discutible, –personalmente la niego– si la forma de divertirse es un delito o una aberración, hemos de decir que lo es y de ninguna manera justificarla ni aplaudirla. Justificar a los jóvenes culpando a la falta de control, a la permisividad de la autoridad, a la ausencia de policía y, como latiguillo, a la sociedad, es pedir a gritos disciplina, severidad y ejercicio de la autoridad, conceptos  muy ajenos a la vivencia de una buena parte de estos jóvenes nuestros, tan escasos de valores y de educación.
  Por todo lo dicho, lo que menos  interesa es mirar el Código Penal. Y sí, en cambio, mirar fijamente a los ojos de los padres y de los educadores preguntándoles: ¿Qué habéis hecho? ¿Qué estáis haciendo con estos niños y muchachos que Dios ha puesto en vuestras manos?  Todas las condenas al Ayuntamiento, a la seguridad, a la Empresa y a los que pasaran por allí, jamás deberán tranquilizar vuestra conciencia.
  No nos engañemos: “Es estúpido que sigamos hablando de mundos desarrollados cuando nuestros jóvenes se divierten así: macrofiestas de ruidos ensordecedores, alcohol a raudales, peleas y más peleas entre ellos, pastillas, peligro, vacío interior… Ahí no puede haber alegría verdadera, ni comunicación honda, ni lugar para amarse. Esa diversión embrutece y, como hemos visto, mata”.
Paloma Pedrero, L.R.

 
© free template by Blogspot tutorial