Abril
¡Cuidado que son complicados los estudiosos de la etimología de las palabras! A uno siempre ha tenido por seguro que el nombre de este mes procedía de nuestra lengua madre, el latín, que lo designaba como aprilem, acusativo de aprilis. Al castellanizarse, los acusativos latinos perdían las desinencias finales, con lo que la palabra latina quedaba en april. Un pasito fonológico más, y la “p”, entre la vocal “a” y la consonante líquida vibrante “r”, se sonorizaba y se convertía en “b”: abril. Además, abril daba la idea del mes del abrir (aperire) de las flores.
Pues lo que parecía tan facilito y normal hay quien me lo discute y afirma muy serio que abril proviene de otra palabra latina: apri (m), que significaba el jabalí. ¿Razones? El jabalí era un animal sagrado, venerado por los antiguos romanos, que, según él, le habían dedicado este mes. Cosa difícil de probar, pues no existe documento.
Y otro amigo mío, profesor de griego, me expuso su teoría: abril proviene de la palabra griega afril, que significa espuma, porque de la espuma del mar nació Venus, diosa a la que estaba consagrado este mes y a la que dedicaban los romanos numerosas fiestas, que comenzaban con la celebración del Festum Veneris, luego se tenían los juegos en honor de Cibeles y los combates ecuestres en homenaje a Ceres, preludio del día 21 en el que se celebraba la fiesta licenciosa de Floralia, en honor de Flora, la diosa de las flores y de los frutos.
Yo me quedo con la primera de las etimologías. Ya los romanos decían que abril “omnia aperit”, porque toda la naturaleza despierta –se abre– con nuevo vigor, tras el letargo invernal. La Revolución francesa aunque cambió los nombres de los doce meses, reservó para abril un término relacionado con el abrirse la tierra a las semillas sembradas, y lo llamó germinal.
Mayo
Tampoco aquí están de acuerdo todos los etimologistas: mientras que unos –con el poeta Ovidio a la cabeza– aseguran que el origen verdadero del vocablo mayo deriva de la diosa Maya, hija de Atlas, el gigante que sostenía el mundo, y madre del dios Mercurio, pléyade muy venerada por las matronas romanas, otros piensan que fue Rómulo, el legendario fundador de Roma, quien dedicó el quinto mes del año a las personas más respetables de la ciudad, los mayores. Del mes de los mayores: (maioribus), vendría maius. Del mismo modo, dedicó el mes siguiente a los jóvenes. Y, del llamado mes de los jóvenes: (iunioribus), derivó iunius, junio.
Junio
Dejando aparte las líneas anteriores con su teoría de junio, el mes de los jóvenes, los romanos dedicaron el sexto mes a Juno, esposa de Júpiter y máxima divinidad femenina. Juno era la diosa de la fecundidad y la protectora de las mujeres casadas. Y de Iuno-Iunonis, procede iunius, mes dedicado a Juno.
Julio y Agosto.
Todos sabemos que estos dos meses llevan los nombres de Julio César y de César Augusto. Efectivamente, el primer calendario romano contaba con sólo diez meses: empezaba en marzo, y lo que hoy es julio era el quinto mes del año, por lo que recibió el nombre de quintilis. Numa Pompilio introdujo el año lunar y añadió los dos primeros meses: enero, consagrado a Jano y febrero, mes de los antepasados. Quintilis, aunque pasó a ser el mes séptimo, conservó su nombre. Como también sigue conservándolo diciembre, pues era el mes décimo.
Julio César, en su ambición de eterna memoria, decretó que el séptimo mes tuviera 31 días –robó uno a febrero– y que llevara su nombre. Eligió este mes porque había nacido el 12 de quintilis del año 100 antes de Cristo.
César Octavio, vástago de una familia perteneciente a la orden ecuestre, perdió a sus padres a los cuatro años. Fue adoptado por Julio César. Cuando con sólo quince años y ejercía el mando en Hispania, le llegó la noticia del asesinato de su padre adoptivo. Con esta mala noticia, le llegó la última voluntad del César que fuera él quien tomara las riendas del imperio.
Cuando llegó a Roma, se vio forzado a compartir el mando con Marco Antonio y Lépido. Pronto se deshizo de sus rivales, enviando a Lépido a las provincias de África y a Marco Antonio a Oriente. Tras la victoria de Accio, Roma recibió a César Octavio con tres días de fiesta grandiosas; el senado le concedió el título de Augusto (Venerable), apelativo que sólo se daba a los dioses y le consagró el octavo mes del año, agosto. Pues en este mes, había sido nombrado cónsul, había entrado tres veces triunfante en Roma, y había conquistado Egipto. Y casualidades de la vida y de la muerte, el día 19 de agosto del año 14 d. J.C. moría en Nola. A los amigos que le rodeaban les dijo: “Si he desempeñado bien el papel en la comedia de la vida, aplaudid”.
Aurelio Labajo
Filólogo