En marzo del 2012, los miembros de la AJCProfesionales nos desplazamos, capitaneados por nuestro presidente, el filólogo poeta Aurelio Labajo, a la zona de las Hurdes, con Viajes Guadiana; nos sentíamos como los componentes de la expedición, a la misma región, en 1922, comandados por Alfonso XIII, ansiosos de conocer las leyendas y mistificaciones de aquellas tierras. Hay españoles que viajan a la India y a las antípodas, y no conocen casi España.
Las Hurdes, antaño una de las regiones más deprimidas de España, tuvieron su historia fantástica sobre su raza e idioma, una leyenda negra y una blanca. La primera afirmaba que sus habitantes eran unos salvajes casi sin idioma y degenerados; la versión blanca tan sólo personas inocentes y pobres. El Duque de Alba, cuando era su secretario Lope de Vega, le pidió a éste esclarecer la verdad y de ahí surgió su obra “Las Batuecas del Duque de Alba”, publicada en 1638, y la idea del mismo que eran descendientes de los huidos de la catástrofe goda en Guadalete, “castellanos de la perdición de España, que hayendo los africanos cerrados dc esta montaña, habitáis en este llano, descendientes de los Godos”.
Todavía a mediados del siglo XIX el misionero inglés George Borrow, oye hablar de “una pequeña nación o tribu, de gente desconocida, que hablaba una lengua desconocida, que vivía allí desde la creación del mundo, sin cruzarse con las demás criaturas y sin saber que existían otros seres además de ellos mismos”.
Pascual Madoz Ibáñez (1806-1870), en su ciclópeo “Diccionario geográfico estadístico de España y provincias de ultramar”, con más de mil colaboradores, obra en 16 grandes volúmenes, publicada entre 1839 y 1850, todavía imprescindible para consultas, describe “habitado el país por una raza degenerada e indolente, ni aún se conocen los oficios más necesarios, y su ocupación se reduce a pedir limosna... Hombres y mujeres son de baja estatura, y de aspecto asqueroso y repugnante”. La verdad, abundaba la pobreza, analfabetismo, tuberculosis, tifus, tiña, viruela y tracoma.
Gabriel y Galán (1870-1905), glosó la pobreza de la “Jurdana”, (1902), llorando sus hambres y miserias: “Por la cuesta del serrucho pizarroso / va bajando la paupérrima jurdana / con miserias en el alma y en el cuerpo, / con el hijo medio imbécil a la espalda”. Por toda España se veneraba a San Jorge y está llena, nuestra nación, de topónimos relacionados con el santo, así para el nombre Jurde, según Menéndez Pidal, en su obra “Orígenes del español”, aclara que la “j” y la “g” latinas, iniciales, solamente se pierden en Castilla, y relaciona, “hurde es Jorge”, perdiendo el San, como sucede donde no lo perdieron en “Santurde”, en Burgos, Logroño y Álava, “San Jorde”, en Palencia, “Santurdi”, en La Rioja; “Santurce”, en Vizcaya; “Santervás”, en Soria, etc.Luego vendría la película-reportaje de Luis Buñuel, de 1930, “Las Hurdes, tierra sin pan”, quizá recordando los versos de Gabriel y Galán, “¡Pan de trigo para el hambre de sus cuerpos!”, donde retrató a niños, bebiendo en riachuelos semi-secos y contaminados, entremezclados con cerdos, hozando en los mismos.
Sin embargo, la comarca de las Hurdes, pequeña zona al norte de la provincia de Cáceres, la boina rústica y ecológica de Extremadura, con seis municipios y 45 alquerías muy dispersas y aisladas, por siglos olvidada, fue poblada escasamente desde la época prehistórica, como nos muestran sus grabados rupestres o petroglifos, llamando nuestra atención y asombro. Pasados romanos, visigodos y musulmanes, en Casar de Palomero se encuentra un claro ejemplo de las tres culturas, goda (Hispania), judía (Sefarad) y árabe (Al Andalus), y además la casa de Acacio Terrón, donde pernoctó Alfonso XIII, como ejemplo de la España moderna, donde se esmera, su descendiente, doña Rosario Terrón, en conservar, su vivienda, tal y como la dejó el soberano español, aquella noche memorable. El viaje real, sin carreteras, de cuatro días, desde Guijo de Granadilla, en caballos y mulas hasta las Hurdes altas y Martílandrán, con sus acompañantes, entre ellos el doctor Marañón, el periodista García Mora, del “Heraldo de Madrid” y el fotógrafo, Campúa (hijo), cuyas fotografías estremecieron a toda España.
Nuestra expedición, transcurrió por buenas calzadas, cruzando Pinofranqueado, Caminomorisco, Vegas de Coria y Las Mestas, por un semidesfiladero, a la derecha la sierra del Cordón y la sierra del Romero y a la izquierda la sierra de La Mula, hasta llegar a la Hostería Hurdes Reales, donde nos alojamos. Una bella atalaya, empinada sobre el pueblo de Las Mestas, con magníficas y amplias habitaciones, todas ellas con televisión vía satélite y ordenadores. Una noche Aurelio Labajo, nos amenizó la cena con la “Vaquera de la Finojosa”, una de las “Serranillas” del Marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza (1398-1458), con el apoyo de nuestra amiga farmacéutica Amalia Avilés, “moça tan fermosa / non ví en la frontera / como una vaquera / de la Finojosa”, y otra noche, nos recitó la poesía satírica “El médico cazador”, del dramaturgo Dr. Vital Aza, el autor de “El Rey que rabió”.
El oficio más frecuente de las hurdanas, de antaño, era alimentar niños expósitos o huérfanos, de personas particulares u hospicios de Coria, Plasencia y Ciudad Rodrigo, muchas veces, engañadas sin pagarles sus servicios.
El apóstol de los hurdanos, el clérigo y escritor José Polo Benito (1879-1936) director de la Revista Las Hurdes y organizador del Congreso Nacional Hurdanófilo, explica claramente “El aislamiento de aquellos valles... la explotación efectuada a su costa por los pueblos circunvecinos... la desaparición de los conventos... el caciquismo rural... el abandono absoluto del poder central... son los vencidos en la lucha, los arrinconados en la hondonada de la áspera serranía”. Sin embargo los republicanos acallaron su voz, en agosto de 1936, fusilándole, durante la defensa de Toledo.
Las Hurdes, cristianas, sembradas de conventos, iglesias y ermitas, focos de cultura y asistencia humana, pero derrumbadas, por el paso del tiempo, ejemplo perpetuo de la primitiva evangelización de la zona y del paso de fieles desde Salamanca a Portugal.
Porque justamente la convivencia, que ellos perdieron, el comercio y el tráfico deparan la riqueza, de la que siempre estuvo ausente ésta, antes denigrada zona. En 1829, “La dehesa de la Jurde” se desprende del señorío de la Casa de Alba y se entrega a La Alberca salmantina, para retornar a Cáceres cuando la famosa división territorial de Javier de Burgos en 1833. El doctor Bide, unos cincuenta años después, en 1892, empieza a denunciar la trágica situación médica de sus habitantes. Pero serán tres médicos amigos Marañón, Goyanes y Bardají, los que avivan la curiosidad de Alfonso XIII, para conocer la región en 1922. Agradezco al amigo Paco Calvo una fotocopia del artículo “Alfonso XIII en las Hurdes”, de la revista “La Esfera” de la época, sobre dicho acontecimiento, con muchos datos históricos del mismo.
Gregorio Marañón fue el primero en descubrir que el “mal de las Hurdes”, compendio de consanguinidad y hambre aguda, con atraso intelectual dependía, además, de la falta de iodo, que acarreaba cretinismo o hipotiroidismo. Tras la visita real surgen las mejoras, especialmente sanitarias. Posteriormente en la época de Francisco Franco se efectúa una repoblación forestal de pinos, que ayuda, con sus jornales, a paliar el hambre. Pero el pino maderero es propenso a los incendios forestales, y se arruinaron los logros. Se debió introducir mejor bosque autóctono, encinas, castaños, madroños, etc., menos propensos al fuego y más fácilmente regenerables. Pero a pesar de todo persisten inmensos pinares en Las Hurdes y en la sierra de Gata, aunque en Las Hurdes vimos amplias zonas calcinadas, progresivamente transformadas en olivares, y en la sierra de Gata detectamos muchas “orugas procesionarias antifranquistas”, que desde sus nidos, están devastando grandes extensiones de bosque. Pero lo más importante de la época fueron los colosales pantanos del régimen, como el “Gabriel y Galán”, asombroso por su inmensa presa, que sirve para suministrar electricidad, regadío, pesca, alimentación, actividades turísticas acuáticas, etc. Y en 1998, los reyes Juan Carlos I y doña Sofía, imitaron a Alfonso XIII con un viaje a la zona, alcanzando hasta las Hurdes altas, Ladrillar y Casares de las Hurdes y a Franco inaugurando, por un mecanismo telemático, cuatros presas.
Las antiguas casas típicas de la región, con sus paredes entremezcladas de lascas de piedra, trozos de madera, pizarra y barro, con tejados de pizarra, prácticamente han desaparecido; sólo las encontramos pasado Martílandrán, en El Gasco, alrededor del Centro de Interpretación de la Casa Hurdana.
Las Hurdes, regada por siete ríos, ahora de riberas tapizadas de castaños y olivos, encinas y cerezos, naranjos y limoneros, pero también con conejos y perdices, ciervos y corzos, la zona del cerdo, jabalí y cabra montés, ovejas y vacas, el zorro y el lince, el buitre negro y águila real, comarca siempre bella y tapada como una odalisca, pero sobre todo de sus artesanos de castañuelas, mimbres y aceituneros, del paisano amante del caballo. Las Hurdes, antes doliente, ahora sana; antes aislada, ahora turística; antes triste, ahora con la alegría del tamboril y la gaita de sus fiestas de La Enramá; antes pobre, ahora productora de jamones y embutidos, de aceite de oliva y quesos, de miel y polen, de frutas frescas y frutos secos; la zona antes sedienta y a oscuras, ahora con agua corriente, luz eléctrica e internet. Las Hurdes, antes y ahora, salvaje, llena de bosques, preciosa, añorada, visitada periódicamente, estampa viva del cambio de España en el siglo pasado.
Domingo Ochoa
Licenciado en Ciencias de la Información