En esta ocasión, hemos visitado la Fundación Mapfre, en el palacete de la calle Recoletos, para ser testigos de la primera exposición monográfica que se ha hecho en España de Odilón Redón, y nos ha sorprendido descubrir a un artista que ha desarrollado una evolución absolutamente excepcional, de la que no se encuentra parangón en la Historia del Arte.
Por esta razón, el comisario de la exposición, Rodolphe Rapetti, ha tenido un gran acierto al presentar la muestra reconstruyendo el desarrollo personal del artista, siguiendo un itinerario cronológico, desde sus inicios como grabador de aguafuerte en el taller de Rodolphe Bresdin, hasta la época del color.
La excelente colección de ciento sesenta obras, traídas del Musée d’Orsay, organizadas con este criterio, revelan el colosal esfuerzo de desarrollo artístico de Redón, basado en una pintura de lo imaginario y del subconsciente, en plena época naturalista, contemporánea del impresionismo.
Bertrand Redón se hizo célebre como Odilón, que provenía del nombre de su madre. En 1886, coincidió con los impresionistas en alguna exposición. Pero tuvo siempre una estética completamente diferente. A pesar de esto, su papel fue decisivo en el desarrollo de los movimientos simbolista, nabi y surrealista.
Pese al papel capital que ha desempeñado en la génesis del arte moderno y de haber sido reconocido por sus coetáneos, su figura ha permanecido en la sombra hasta fecha reciente, y posiblemente siga siendo el más desconocido de los grandes creadores del cambio del siglo XIX a XX.
Redón decidió hacerse pintor en los años posteriores al Romanticismo, tras verse tentado por la arquitectura. Empezó inspirándose en el grabador Rodolphe Bresdin, quien le enseñó, no sólo el arte del grabado, sino también una nueva forma de mirar la realidad.
Aunque Redón practicó la pintura desde el inicio de su carrera, sobre todo debe su notoriedad a sus litografías y carboncillos (los célebres Negros). En éstos explora un mundo inquietante, surgido de su imaginación y nutrido de lecturas de Baudelaire y de Allan Poe., y de su visita a España, por la admiración que sentía hacia Velásquez y especialmente por los grabados de Goya.
Sin lugar a dudas, Redón fue un “visionario“ que reivindicó la representación del mundo del subconsciente en el arte. Al entrar en la exposición, en la planta baja, contemplamos sus primeros estudios del natural, fundamentalmente paisajes del Sur de Francia, y un conjunto de obras que muestran su angustioso mundo interior, representando obsesivamente imágenes oníricas, con tintes macabros, en las que aparecen monstruos y seres imaginarios. Son también imágenes con aire religioso y tal vez supersticioso.
Y es que su obra está llena de referencias y símbolos, de personajes mitológicos e ilusorios. En esta muestra hemos visto ojos, arañas, soles negros, cabezas cortadas, ángeles caídos, crucifixiones, etc. Todo esto chocaba con el gusto de la mayor parte de sus coetáneos, más centrados en la joie de vivre (alegría de vivir).
Hasta 1900, desarrolló en paralelo una línea de color y una línea negra. Esta última se fue agotando paulatinamente hasta 1899, cuando publicó su última colección litográfica, El Apocalipsis de San Juan. Con el cambio de siglo, el colorido de Redón tiende a volverse cada vez más intenso, especialmente en el pastel, género en el que se afirma como maestro de una originalidad absoluta.
Con el tiempo aparecieron en sus obras flores, frutas, plantas, mariposas, jarrones, etc., que reflejan la evolución que ha sufrido su visión de la vida, decantándose hacía lo natural y lo cotidiano. Este cambio de mentalidad le hizo recibir encargos para decorar los interiores de las mansiones de importantes mecenas del arte. Y fue precisamente este ámbito de la decoración, el que le brindó la conquista de los grandes formatos, mientras que en sus inicios se había ceñido a las dimensiones de la piedra litográfica.
Cuando subimos a la primera planta de la exposición, y contemplamos la reconstrucción del comedor del Châteaux de Domecy y una quincena de paneles decorativos con un sutil universo floral, nos sorprendió a todos el cambio que había experimentado Redón, pasando desde su tortuosa oscuridad de juventud, hacia una madurez protagonizada por una luz y color espléndidos, que contagiaban una alegría muy vital.
El propio Redón describirá el último período de su vida como caracterizado por un equilibrio y una felicidad especiales, tardíamente conquistados, tras sus angustiosas pesadillas de juventud.
María Almansa Bautista
Lda. en Ciencias Químicas