miércoles, 22 de febrero de 2012

Una visita por los Andes: Raqchi

Me detuve en este enclave para visitar el impresionante e imponente complejo arquitectónico incaico. Su origen está alimentado por una de las leyendas más llamativas del mundo andino: la referida al dios Wiracocha.

Historia que se inicia en el lago Titicaca, donde el dios creador del universo moldeaba en barro a los seres humanos y, una vez creados, los enterraba mientras él caminaba por el mundo; después los hacía reaparecer a través de manantiales, lagos, ríos y cuevas para habitar los pueblos. Esta curiosa historia se rompe cuando Wiracocha llamó a los indios de Raqchi, y éstos aparecieron con armas, dispuestos a matarlo. La furia del dios se hizo fuego y despertó al volcán Kinsacha, que inundó toda la zona con sus cenizas. Wiracocha lo apagó, y el territorio se convirtió en zona pedregosa. Estas rocas volcánicas sirvieron de material de construcción del complejo más grande de la época.

El historiador Pedro Taca ubica el hecho en la historia contándonos que el inca Pachacutec solicitó la ayuda del dios para vencer a los aguerridos chancas que habían invadido Cuzco en tres ocasiones; el inca venció y, en agradecimiento, mandó construir el complejo de Raqchi, a 118 kilómetros de Cuzco. En el interior se encuentra uno de los monumentos más apreciados encontrados en Perú y en las Américas.

El complejo fue construido en tres periodos: el primero, durante el reinado del inca Wiracocha, según el inca Gracilaso de la Vega; el segundo, gobernando Pachacutec (1439-1471); y el tercero, con el inca Tupac Yupanqui (1471-1493), según Cieza de León. Primero construyeron una laguna artificial (alusión al lugar origen de la leyenda) con un muro de piedra (cheqata) volcánica en la base. Se desconoce la procedencia de las aguas que mantenían la laguna llena constantemente, pero se sabe que eran recogidas en un colector desde donde se distribuían en cinco caídas o paqchas, con dos paredes: una dirigida hacia el templo y otras hacia poniente, con dos fuentes, lo que demuestra sus conocimientos de ingeniería hidráulica.

La mayor parte de los cronistas señalan que era un lugar en donde se adoraba al agua. Se pedía, mediante ceremonias rituales, el líquido fecundante de la “Pacha mama” -Madre tierra-, para obtener buena cosecha y protección para la familia y para los animales. Otros creen que las fuentes servían para baños de purificación espiritual.

Raqchi era un lugar destinado a ceremonias importantes realizadas por los curacas (sacerdotes) que vivían al lado del templo, junto a los demás habitantes, entre los que se encontraban las acllas, mujeres de la nobleza inca escogidas entre las más bellas y laboriosas de la comarca. El lugar tenía una situación estratégica, en el límite entre los quechuas y los aimaras. No sólo era lugar de la mítica magia y misteriosos secretos, sino que representaba la perfecta organización y administración junto a un efectivo sistema social, religioso y arquitectónico de aquella época.

La ciudadela estaba rodeada por una muralla de siete kilómetros que encerraba el recinto de 200 hectáreas con dos puertas: una de entrada desde Cuzco, y otra de salida hacia Puno. En su interior destaca el templo de Wiracocha, conocido con el nombre de “Apu Kontti Wiraqocha Pacha Yachachic”, principal templo ritual, según el cronista Cieza de León, y dice que fue construido después de la “aparición” de un hombre que realizaba milagros en ese lugar, en donde los habitantes habían decidido apedrearlo. Lo encontraron arrodillado mirando al cielo, al tiempo que caía lluvia de fuego. Al ver esto, se arrepintieron y lo dejaron libre. Después edificaron una “kallanca”, edificio grande con techo de paja. Santiago Agurtu asegura que el templo debió de tener 16 metros de altura y 22 columnas que sostenían el techo a dos aguas. También se conservan las dos puertas que servían para controlar las entradas y salidas de los transeúntes.

En el centro de la plaza, en 1549, Cieza de León vio una estatua de piedra del tamaño de un hombre, tallada finamente y recubierta de oro, que llevaba en la cabeza la insignia imperial. Se trataba de una representación del dios Wiracocha. La cabeza fue exhumada del subsuelo de una iglesia de Cuzco. Hoy podemos admirarla en el Museo de América de Madrid.

Los incas no desatendieron la conservación de los alimentos. Para ello, destinaron lugares estratégicos donde almacenarlos, pues Raqchi goza de un microclima apropiado. Construyeron “qolqas”, depósitos de forma circular realizados con piedras talladas perfectamente ensambladas, y techados con paja en forma cónica. Se conservan 156. Para la conservación de los alimentos, usaban la muña, planta aromática que ahuyenta a insectos y gusanos.

En el interior del templo, existen los llamados aposentos: construcciones de piedra rústica hasta cierta altura, que luego continuaba con adobe. Tenían dos puertas y varias hornacinas trapezoidales. Eran residencia de las “acllas”, las jóvenes al servicio del inca, que tejían para uso exclusivo de la nobleza. Las calles que separaban los aposentos estaban orientadas hacia la salida del sol en el solsticio de diciembre. En los últimos aposentos vivían los militares, quienes realizaban sus prácticas en el “jullangana” (patio).

No puedo dejar de citar el “Mesapata Usno”, recinto formado por tres plataformas superpuestas de base rectangular; la superior era el “Usno”, en donde el “huillcahuaman” realizaba las ceremonias rituales.

En la plaza del pueblo, en 1900, se construyó una capilla bajo la advocación de San Miguel de Raqchi, sobre otra anterior ya dedicada a San Miguel Arcángel. Hoy se venera también allí a la Virgen, bajo las advocaciones del Rosario y de las Nieves.

Terminaré recomendando una visita a este lugar poco conocido y enigmático. Es muy interesante desde el punto de vista arqueológico.

María Pérez Rabazo
Farmacéutica y Lic. en Bellas Artes

 
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