A mediados de noviembre una ola de frío, viento y lluvia azotaba la península ibérica.Yo, temiendo arruinar mi tiempo y mi salud, estuve a punto de anular el viaje que nos había preparado Paco Calvo, en su empresa Guadiana para los miembros de la Asociación de Jubilados de los Colegios Profesionales (Huelva, minas de Riotinto, Moguer, Palos de la Frontera, La Rábida)
Al final di un paso al frente y me arriesgué, como uno más de los “Trece de la fama”, de Pizarro, a cumplir mis compromisos. Igualmente no se arredraron los más asiduos a las rutas de AJCP, como las hermanas Perea, Ascensión y Mª Luz, una geóloga, la otra farmacéutica, la profesión que más predomina en nuestra Asociación; el matrimonio de dos químicos, como Juan Seguí y Carmina Rojo; el banquero austríaco Kurt Stöger, nacionalizado español; otro farmacéutico, incansable turista y fotógrafo, Miguel Tormo; Marisa Asenjo, química; Puri Trigo, periodista; Araceli Villalba, especialista en filología inglesa; sin olvidar a las “boticarias” Virginia Peláez y Marisa Loarte; el economista Francisco Vico; Ángel del Valle, el farmacéutico poeta, etc., etc., un magnífico elenco de intelectuales valientes. Sin embargo, Paco Calvo fue el talismán de siempre y como Josué detuvo el sol, él nos tiene acostumbrados a luchar contra los elementos, así encadenó a Eolo, nos llevó en el AVE y en Huelva arribamos, sin viento ni lluvia, con sol y con 25 grados de temperatura, mientras en el resto de la península continuaba el mal tiempo.
El plato fuerte del viaje, el impregnarnos de la época del descubrimiento del Nuevo Mundo. Como puntualizó la guía del Museo-Casa de Martín Alonso Pinzón, en La Rábida, la periodista Pilar González Muñoz, precisamente allí poseían datos inéditos, de muchos investigadores, gracias a las Actas de las Jornadas de Historia sobre el Descubrimiento, desarrolladas en La Rábida, todos los años, desde el 2008.
Puntualizamos nosotros ahora, cuando las nuevas tierras a descubrir y colonizar, por el Tratado de Alcáçovas y Toledo (1479), se dividieron a partir del paralelo de cabo Bojador africano, el Norte para España, el Sur y la ruta hacia la India, para Portugal, los marineros de Huelva no se resignaron a perder los caladeros pesqueros del golfo de Guinea, persistiendo en faenar ilegalmente en dichas aguas. Los Reyes Católicos los condenaron a sufragar a la Corona, dos carabelas bien equipadas; las que luego asignaron a la futura empresa de Colón. (Después vendrían los Tratados de Tordesillas dividiendo el mundo por meridianos, el oeste para España y el oriente para Portugal).
Pero antes, el futuro Almirante del Mar-océano se daba por fracasado y pensaba salir de España, “todos a una mano lo tenían a burla, salvo dos frailes que siempre fueron constantes” (Cristóbal Colón). Éstos eran Antonio de Marchena y Juan Pérez. En La Rábida, estos dos frailes franciscanos y el médico García Hernández, aficionado a la astronomía, mantuvieron una reunión, “e fablaron todos tres sobre dicho caso. E de aquí eligieron luego un hombre para que llevase una carta a la reyna donna Isabel, del dicho fray Juan Peres, que era su confesor” (García Hernández). El hombre que llevó la carta fue Sebastián Rodríguez, marino de Lepe. Isabel I contestó, “de allí consultaron que le diesen al dicho Xristóval Colón tres navyos para que fuese a descobrir”. Más tarde, gracias a esta intervención, vendrían las famosas Capitulaciones de Santa Fe, en Granada.
Allí en el muelle de La Rábida, contemplando fondeadas las reproducciones de los insignificantes barcos de madera de alrededor de unos 20 metros de longitud o eslora (el actual Juan Carlos I, tiene 230 metros), la nao o carraca Santa María y las carabelas Pinta y Niña, me preguntaba cómo se atrevieron con ellas a penetrar en el mar Tenebroso. En el siglo XV, casi los marineros más entrenados en navegación de altura de la península ibérica, estaban divididos por el río Guadiana: al Oeste los portugueses de Sagres y del infante Enrique, el Navegante, al Este los españoles de Huelva y Cádiz. Todavía hay quienes denominan a las naciones de Iberoamérica, descendientes de España y Portugal, Latinoamérica, basados, principalmente, en Haití, posteriormente de habla francesa, aunque originalmente de idioma español, formando parte, con la República Dominicana, de la isla La Española; pero este año de 2011, ese argumento se terminó al solicitar Haití, formar parte de la comunidad política iberoamericana.
Cuando los Reyes Católicos obligaron a aportar las dos carabelas del castigo, citadas anteriormente, para Colón, nadie obedeció. El temor y la desconfianza flotaba en el ambiente, negándose todo el mundo a arriesgarse con un navegante desconocido. Colón apeló a la fuerza, y manu militari, se incautó de dos carabelas, pero la situación siguió igual porque no existía tripulación. Cuando los frailes franciscanos Juan Pérez y Antonio Marchena, consiguieron atraer a su causa al famoso marino Martín Alonso Pinzón, en cuya capitanía todos confiaban, y a sus dos hermanos, el problema de la gente requerida se solucionó. Martín Alonso Pinzón descartó las malas carabelas confiscadas por Colón y consiguió las tres famosas naves del primer viaje descubridor: La Gallega, rebautizada Santa María, propiedad del cántabro Juan de la Cosa, que permaneció como su maestre y capitaneada por Cristóbal Colón; La Pinta, capitaneada por Alonso Martín Pinzón, y como contramaestre su hermano más joven Francisco Martín Pinzón y en la que fue Juan Rodríguez Bermejo, Rodrigo de Triana, quien primero vio tierra; la Santa Clara, propiedad de los hermanos Niño, rebautizada como La Niña, capitaneada por el tercer hermano Vicente Yáñez Pinzón, con Juan Niño como maestre.
Es una opinión generalizada entre muchos historiadores que la mayor gloria de España en la colonización de América fue el mestizaje e introducir millones de indígenas, casi en la Edad de Piedra, en la edad moderna occidental. Eso lo percibimos realmente en Riotinto. Allí nosotros turistas relajados y alegres disfrutamos de un fantástico paisaje lunar provocado por las minas explotadas por los ingleses desde final del siglo XIX; viajamos en el tren minero recorriendo el curso del rio Tinto, verdaderamente “sanguinolento” derramando sus venas entre riscos y cortes espectaculares, pero en la mina y en la villa levantada por los británicos para su ciudadanos, comprobamos el eterno “apartheid” inglés desarrollado en todo sitio y lugar. Amurallado el recinto, prohibición de entrada de españoles en él, expulsión de dicho complejo industrial de cualquiera que tuviera relación amorosa con una española, etc., etc. Verdaderamente muy distinto del clima de convivencia y hermandad cristiana de las naciones ibéricas, España y Portugal, que implantaron en toda Iberoamérica.
Miguel Aguilar Merlo
Licenciado en Ciencias de la Información