miércoles, 22 de febrero de 2012

Pancho Villa en su caballo ganador

Estando en Zacatecas (México), por cortesía de la Federación de escritores y periodistas de Turismo que preside Mariano Palacín, ¿cómo no subir hasta el Cerro de la Bufa en el teleférico que señorea y atraviesa la ciudad a la altura de las aves? Pues allá que me encumbré, mientras mis colegas sondeaban las minas de Plata del Edén, donde la noche anterior habíamos cenado con un fin de fiesta de corridos y rancheras como postre, ya que ahora las minas se encuentran cerradas y travestidas de discoteca.

Desde la histórica explanada de la Bufa se divisa la villa zacatecana en todo su esplendor y en ella se levanta la estatua ecuestre de Pancho Villa, su revolucionario libertador en el año 1914.
No más que un día pasó allí el caudillo y en sólo ocho horas cayeron ocho mil de los veinte mil bravos combatientes contra las tropas federales huidizas y desarboladas. México es que es de sangre caliente en vena.

Tras la liberación, Zacatecas decayó por la emigración consiguiente y una sequía pertinaz, de modo que es ahora, a partir de 1983, cuando ha resucitado por y para el turismo, su fuente de divisas.

El viajero puede hospedarse cómodamente en el hotel Santa Rita –ejemplo de modernidad restaurada sobre nobles vestigios– y desde él contemplar la barroca fachada de la catedral colonial, asistir al tamborazo de los mariachis que recorren sus calles danzando con un burrito cargado de mezcal que se reparte gratis entre los curiosos, admirar el museo Coronel de más de once mil máscaras en lo que fuera un convento franciscano o tomarse unos tequilas a la sal en el bar Sanborns con la flor y nata de la sociedad zacatecana, siempre alegre, cordial y dispuesta a la risa y el cante.

Si aún no queda satisfecho, un autobús le acerca a La Quemada, antigua fortaleza “mexica” rodeada de nopales y maguéis, y a Jerez de la Frontera, pueblo mágico, viva estampa del Jerez español del siglo XVII, con sus patios, sus jardines y la casa del poeta nacional por antonomasia, Ramón López Velarde, autor de “La suave Patria”, cuyos versos se escuchan –y estremecen– con sólo apretar un botón frente a su efigie. Vayan y véanlo, y tómense regalado el “asado de la novia” en la plaza de la Artesanía. Este país es así.

Apuleyo Soto
Profesor y poeta

 
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