Hay siempre modos, formas, cuestiones que son más seguidos: se usan y aparecen más. Es la moda. Antaño, solían ser más o menos inocentes, sin trascendencia, orientaban a modistos y decoradores. La gente apreciaba el trabajo, se respetaba y se ayudaba. Había buenos criterios de honradez y verdadero perfeccionamiento personal.
Aunque siempre ha habido alguna pillería, como el Lazarillo de Tormes, ahora se ha ampliado a conseguirlo todo y a someter a la sociedad en beneficio propio, por los medios que sean, aunque rayen en lo violento. Se escalan puestos de dirección con intrigas, demagogias y apariencias, aprovechando y procurando la ignorancia y credulidad de las masas. Así algunos aprovechan su abundante tiempo disponible, y con ello pierde la sociedad entera.
Los más inteligentes, los más instruidos, los más capaces están a su trabajo y no tienen tiempo para dedicarlo a esto. Tampoco sabrían hacerlo ni encauzarlo, y son desbordados por esta moda perniciosa.
Peor aún y más nefasta fue la moda de seguir lo irracional: ensalzar lo malo como bueno, y no considerar sus efectos, obedeciendo siempre a agitadores con demagogias erróneas. Sus hechos fueron la quema de iglesias y conventos, los asesinatos de inocentes y el desbarajuste total.
Hoy se propagan utópicos derechos y escaso cumplimiento del trabajo. ¿Resultado? La economía insostenible.
Otra moda convertida en ley es la llamada Memoria histórica… ¿Para qué? Y otra si cabe peor aún: el fomentar el placer desmedido e irracional, fuera de todo control, la sexualidad desbocada cuya propaganda llega hasta los niños, y el aborto libre, etc. Y esta moda ha calado tanto que ha llegado a las altas esferas sociales, de tal modo que la recta sabiduría y el bien verdadero no pueden ni nombrarse, pues se condena a los movimientos que intentan defenderlos.
Pedro Durán Bailly-Bailliere
Abogado y catedrático