lunes, 29 de abril de 2013

Monarquía – República

¿Ha terminado la transición? Depende de lo que llamemos transición, porque si lo entendemos  como el régimen intermedio entre la dictadura y la democracia, evidentemente esta terminó hace mucho tiempo, pero si lo entendemos como lo que la mayoría de los partidos y la mayoría de la gente quiere, que es que este régimen derive hacia las posturas que a ellos interesan, entonces la transición no ha terminado aún ni terminará jamás.

Si tenemos en cuenta, además, que la dictadura duró desde 1939 hasta 1975 (36 años) y la transición-democracia desde 1975 hasta hoy (38 años), entonces los motivos son aún más que justificados para entender que la transición ha terminado definitivamente. 
Podríamos extrapolar todavía más estas cifras, pero por referimos sólo a la distancia desde la Segunda República hasta ahora retrocediendo otros tantos hacia atrás, entonces llegaríamos hasta 1849 con Espartero, Serrano, la reina María Cristina, las tres guerras carlistas, la regencia de Amadeo de Saboya (tras el golpe del General Prim), la Primera República, la restauración  de Alfonso XII (tras el pronunciamiento militar de Martínez Campos), la segunda reina María Cristina, el reinado de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la guerra civil, y todo lo que conocemos desde entonces hasta ahora. Digamos entonces que la transición ha terminado o que al menos la tenemos que considerar definitivamente terminada.

La Constitución
Muere Franco en 1975 y en 1976 se nombra jefe del gobierno a Adolfo Suárez, que había sido hasta entonces Ministro Secretario General del Movimiento. Adolfo Suárez recibe entonces el encargo de realizar la transición de la dictadura a la democracia a la vez de redactar-consensuar la nueva Constitución que sirva a estos efectos. ¡Menuda tarea para un ex ministro de la Falange! Adolfo Suárez, que no tiene mayoría absoluta, tiene que consensuar con todos, porque no se puede pasar de la extrema derecha a la democracia, sin tener en cuenta a todos los españoles. Era un momento delicadísimo que había que diseñar con mucho cuidado, porque la izquierda había aceptado que la transición la hiciera la derecha, pero quería introducir sus propios planteamientos que habían quedado aparcados desde la Guerra Civil: el estado de las Autonomías y todo lo demás. 
De esto hay mucho escrito en las hemerotecas y no hay que ser ningún lince para entender que la izquierda planteó con toda la fuerza sus propias reivindicaciones. Le dijo en aquellos tiempos Felipe González a Suárez que la Constitución debería incluir las pretensiones socialistas que quedaron pendientes en la Segunda República, tales como las autonomías históricas y todo lo demás, y que, si para ese cometido no se sentía con fuerza por la debilidad de sus votos, contara con la fuerza socialista para realizar la operación. Le dijo también Alfonso Guerra a Suárez que recogiera todas las reivindicaciones socialistas, porque si no resultaban convincentes para su partido, cuando recogieran ellos el Gobierno, que iba a ser muy pronto, volverían a redactar ellos otra Constitución acorde con sus pretensiones. En definitiva: que la Constitución se aprobó por consenso general y con las ganas de todos por salir de la dictadura, pero que en lo referente a las autonomías, éstas las diseñó Suárez, si bien respondiendo totalmente a las pretensiones socialistas que quedaban pendientes de la Segunda República.
Con respecto a las autonomías quedaban, de todas formas, muchas cosas pendientes de explicar, porque no se puede aceptar que esta fuera una postura incontrovertible de la izquierda republicana, sino como un error tremendo del propio Azaña del que muy pronto se arrepintió; si bien cuando esto ocurrió ya no tuvo ninguna opción para corregir su propio error. Me vienen al recuerdo, siempre me vienen, las Memorias de Paz y de Guerra de Azaña. Azaña fue el mayor impulsor de las autonomías de España. Azaña fue mucho más allá que todas las izquierdas y todas las derechas de su tiempo, pero una vez defendidos con ardor y con grandeza los estatutos de Cataluña y del país Vasco, manifiesta en sus Memorias decenas de veces la decepción que le produjeron los nacionalistas cuando una vez logrados sus Estatutos se desentendieron totalmente de la causa de España: un caso parecido al de ahora mismo. Me complazco en recordar algunas cosas de aquella República para establecer un paralelismo entre lo que ocurría entonces y lo que ocurre ahora. Releo en su Diario que el 29 de julio de 1937 (es importante contrastar las fechas), Negrín (jefe del Gobierno) se queja a Azaña (Presidente de la República) de que Companys (Presidente de la Generalidad) no quiere ir a Valencia a entrevistarse con el Gobierno porque quiere que el Gobierno vaya a Barcelona a tratar los temas de la Generalidad. Le informa también que Aguirre (Presidente del Gobierno Vasco) odia pronunciar la palabra España, y le manifiesta que él mismo, que no se siente españolista ni patriotero, se indigna tanto ante esas cosas que preferiría antes tratar con Franco  que con los nacionalistas, porque éstos, dice, son inaguantables. 
Sigue Azaña con sus apuntes, y le dice a Prieto el 15 de septiembre que el hachazo más profundo que ha recibido en su intimidad ha sido el comprobar la falta de solidaridad de los nacionalistas. Continúa Azaña contando que el 11 de octubre le visita Aguirre y le dice que su lealtad a la República seguirá inquebrantable mientras dure la guerra, pero que después ya se verá lo que sucede. Reconoce también que su proclama pocos días antes de caer Bilbao no fue muy correcta pero que se podría entender disculpable en aquellos momentos de desesperación. (Azaña en otro lugar recrimina a los vascos por haberse entregado al enemigo sin ofrecer resistencia, diciendo que las tropas rebeldes entraron en Bilbao en columnas de desfile, no en orden de combate).

 
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