lunes, 29 de abril de 2013

El Ictus

Las elecciones generales estaban programadas para el 20 de noviembre de 2011, aniversario de las muertes de Franco y José Antonio, ¡vaya casualidad! Y, como estaba vaticinado, las ganaría por mayoría absoluta el Partido Popular, ¡vaya problema que le caía encima!

Cuando acaba la partida, el rey y el peón van a la misma caja. 
(Proverbio italiano)
En el contexto económico, el desarrollo se enfrentaba a un panorama similar al de la Unión Soviética en 1991, cuando la economía dirigida se derrumbaba y la economía capitalista se quedaba sin dueño. La izquierda perdía para siempre la prerrogativa del empleo que quedaba en manos de la derecha hasta que éste no fuera regulado por el Estado, mientras  la derecha se enfrentaba a la pérdida del privilegio de sus castas. Evidentemente quedaba una laguna inmensa por resolver, ya que el empleo no podría permanecer por más tiempo en terrenos de nadie, ni menos aún en terrenos de quienes pudieran ofrecer (o retirar) las prebendas derivadas de él.
En el contexto territorial, la derecha en España adoptaba la deriva de la República cuando pretendía la unión de los pueblos por la fuerza, mientras la izquierda aceptaba que nos entenderíamos mejor actuando cada cual a nuestra manera. Ambos procesos resultaban igualmente nefastos, ya que el empleo en manos de las empresas sin intervención estatal resultaba indeseable, pero lo era aún más si quedaba en manos de los 17 mini-estados en los que había quedado convertido el país. Ninguno de estos problemas tenía solución en estas condiciones. ¡Eran la cuadratura del círculo, que no tendría solución hasta que los principales partidos se pusieran de acuerdo para el encuentro! Los demás partidos, que eran la mayoría, resultaban  irrelevantes a la hora de encontrar respuesta en este sentido, porque cada uno de ellos iba a lo suyo, en una dirección contrapuesta a la del problema. Los otros argumentos de la libertad, la autoridad, la corrupción o el embarazo, podrían ser de izquierdas, de derechas o intercambiables, pero el problema principal del encuentro no tendría solución mientras los partidos decisorios no lo quisieran alcanzar.
En estas estaba pensando yo cuando, contra todo pronóstico, caigo enfermo el 31 de diciembre de 1991 con el mal fatídico del ictus que me mantendría postrado en cama durante un larguísimo período de tiempo. ¡Qué me importaba a mí ahora el problema de España, cuando el que tenía yo encima era mucho más apremiante! Evidentemente esto era así. Cuando aparecen las circunstancias, los problemas importantes ceden su relevancia ante los problemas inaplazables. El dilema de España seguiría sin arreglo durante un largo período de tiempo, porque aunque nuestra transición estaba acabada y más que acabada no aparecían síntomas de solución por ninguna parte; mientras que yo, con sólo mi pensamiento, no podía aportar ningún grano de arena al problema general. Estaba en una situación en la que me daba igual morir que seguir viviendo, y mi problema particular se manifestaba minúsculo comparado con el general que afectaba a toda España, pero sentía pena al ver que mi país sucumbía inexorablemente ante las circunstancias.
Quise pensar que esto mismo le ocurría a nuestra actual izquierda cuando creía que la igualdad de oportunidades equivalía a la igualdad de rentas, mientras que la derecha seguía preconizando el privilegio de sus castas; o cuando la derecha creía en la forzosa unión de todos los pueblos mientras, en la Segunda República, Negrín (jefe del Gobierno), se queja a Azaña (presidente de la República) de que los catalanes no quieren ir a Valencia a entrevistarse con el Gobierno o que también Aguirre (presidente del gobierno vasco) ha preferido instalarse en Bayona antes que quedarse en España para defender mejor los intereses de su país. Quise pensar que Azaña creyó que esos desencuentros sólo se podrían remediar “perdiendo la guerra, para que luego los que sobrevivieran tuviesen la ocasión de saborear el fruto de sus torpezas, de sus locuras, de sus cálculos egoístas y de su deslealtad”.
Todo esto es lo que yo estaba pensando, mientras me encontraba postrado en cama, creyendo, de verdad, que nuestro país no tenía solución, lo cual no me resisto a dejar de contarlo por mi parte, ya que por mi edad y por mi enfermedad esta ocasión es muy adecuada para expresar los pensamientos sinceros.

Miguel Bronchalo de la Vega
Ingeniero de Caminos

 
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