miércoles, 1 de octubre de 2008

Bendita inauguración

1er Premio del Consurso de Relatos José María Rubio

Que no, que no habíamos votado a la nueva corporación municipal para que con nuestros impuestos repararan la techumbre de la iglesia; que no, que ya era hora de incorporarse a los nuevos tiempos. Que en el pueblo también queríamos participar de las últimas tendencias, ya saben: el Relativismo, el Existencialismo, el Positivismo, pero sobre todo el Nihilismo. Deseábamos tener una localidad nihilista, muy nihilista, nihilista del todo. Aunque, ¿cómo conseguirlo? Muy fácil. Para nosotros el Nihilismo consistía en abandonar el tejado de la Iglesia a su suerte, e invertir en una nueva discoteca, una macrodiscoteca, en la que cada noche nos pudiéramos reunir a bailar, tomar una copa o simplemente a charlar sobre la deriva filosófica de Occidente.

Dicho y hecho, pues siendo la voluntad del electorado, y a pesar del voto en contra de la oposición, se iniciaron las obras de la macrodiscoteca municipal, mientras el artesonado de la nave central de la Iglesia se carcomía en un crujido agonizante, y las cuatro beatas que aún acudían a misa se quejaban de que las goteras les empapaban los padrenuestros y el frío les helaba las avemarías. Entre ellas, se encontraba la madre del alcalde, que desde el día de las elecciones no se hablaba con su hijo.

En un año la discoteca estaba terminada. A la inauguración asistió el ayuntamiento en pleno, así como la mayor parte de los habitantes del pueblo. El edificio era soberbio, de verdad. Mostraba un aspecto, cómo diría yo, entre minimalista y jaitek, no sé. Quizá algo frío, vale, pero con ese aire de vacío nihilista postmoderno que tanto habíamos anhelado.

Uno a uno salieron a la pista de baile las máximas autoridades ante un atril improvisado para la ocasión. Los discursos se prolongaron tediosamente y cuando ya se oía algún ronquido entre el público, acomodado en los sillones de escai, nos sobresaltó un estruendo en el exterior, como si la tierra se hubiera abierto en dos, como si un trueno apocalíptico hubiera descendido del mismísimo cielo. Nos miramos aterrados, y a punto estuvimos de correr despavoridos, si no llega a ser porque por el pasillo vimos avanzar al párroco con el pelo cubierto de yeso, la sotana hecha jirones y una biblia empolvada bajo el brazo, seguido de la madre del alcalde y otras feligresas sacudiéndose los hombros y las faldas. A grandes zancadas se acercó a la pista de baile, desplazó a un lado al concejal con tan sólo una mirada y, colocando las Sagradas Escrituras sobre el atril, sin explicación alguna, continuó la lectura del Evangelio según San Marcos, ahí donde el derrumbe la había detenido.

Las fieles, a falta de sitio para sentarse en los sofás, se acomodaron en unos incómodos pufs de neopreno. Un monaguillo, el hijo del churrero, con una astilla aún enredada en el flequillo, se colocó junto al sacerdote cuando éste ya llevaba un buen rato leyendo.

Tras la Lectura vino la Homilía y acto seguido el resto de la celebración. Y miren ustedes, yo no sabría explicar lo que ocurrió, pero de allí no salió un alma, palabra. Nos quedamos todos extasiados siguiendo la misa, y hasta hubo gente que se lanzó a cantar el qué alegría cuando me dijeron. Luego, apenas terminada la ceremonia, el hijo del churrero hizo sonar la campanilla que había podido rescatar del desastre y extendió al párroco un incensario. Éste lo agitó enérgicamente y bendijo por igual a beatos y a nihilistas.

Así concluyó la inauguración de la macrodiscoteca. A partir de ese día, se habilitó también como parroquia, y de la bola de espejitos que pende del techo de la pista, se ha colocado un gancho del que cuelga un crucifijo metálico de quita y pon, que se pliega por los brazos y se esconde en el armario que hay junto a la barra; el altar se improvisa con dos mesas juntas cubiertas por unas faldas de vainicas y el guardarropa hace las funciones de confesonario.

Parece que todos estamos contentos, y hasta la madre del alcalde se ha reconciliado con su hijo. Por mi parte, debo señalar que entrar en una discoteca nihilista que huele a incienso me parece una experiencia única, de verdad, casi mística. Si Nietzsche viviera, le invitaría a mi pueblo a conocerla. Palabra.

Silvia Corella Pla Licenciada en Filosofía y Letras.

De la tertulia literaria del CDL

 
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