Barman
Llega el verano. En más de una ocasión, nos apetecerá acercarnos a la barra de un bar para pedir un combinado bien frío al barman. Si detrás de la barra atienden dos camareros, ¿cómo nombrarlos: los barman, en plural invariable; o los barmen, en plural inglés; o los barmans, en falso plural inglés; o los bármanes en correcto plural español? Y si la especialista en preparar el cóctel pedido es una camarera, ¿cómo nombrarla? ¿La barmaid, como dicen los ingleses? ¿La barwoman, en inexistente femenino inglés? ¿La bármana como querrán que se diga las feministas inventoras del nuevo español? ¿O simplemente la barman?
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua española define barman así: Voz inglesa. m. Encargado o camarero de un bar. Y el Diccionario panhispánico de dudas, también de la RAE, especifica más: barman. Voz tomada del inglés barman, que significa ‘persona que sirve bebidas alcohólicas en la barra de un bar, generalmente especializada en la preparación de combinados’.
Es un préstamo útil, ya que su significado no coincide con el de la voz tradicional camarero, de sentido más general. En Centroamérica, Méjico y Colombia este anglicismo alterna en el uso con la voz tradicional de cantinero. Y en Puerto Rico, también se emplea la voz angloamericana bartender, cuyo uso desaconseja la Academia, por razón de unidad.
Manuel Seco, académico de la RAE, en su Guía práctica del español actual (1999), intenta responder a la pregunta inicial sobre el plural de barman, ‘especialista en hacer cócteles’, y dice así: ‘El plural más frecuente en España es barmans, aunque también se usa a veces barmen. Si la palabra se considera todavía extranjerismo no arraigado, debería emplearse su plural auténtico, barmen. Si se considera necesaria en español y se adopta como normal, debería emplearse la forma española de plural, que sería bármanes’.
La Real Academia respondió a estas preguntas en 2005: El plural de barman es bármanes; y su femenino: la barman (Diccionario panhispánico).
Bártulos
Llega el verano y quien más quien menos lía los bártulos y se traslada a otro lugar. El DRAE entiende por bártulos, así en plural, ‘los enseres que se manejan’. Lo que no nos llega a decir es que esta palabra deriva del nombre del célebre jurisconsulto Bártulo (1313-1356), profesor de Derecho de varias universidades italianas (Pisa, Bolonia, Papua, Perusa). Sus comentarios a las leyes romanas se estudiaron por más de tres siglos en las universidades europeas. Los estudiantes llevaban a las aulas, liados con cintas o correas los libros, cuadernos y cartapacios, que recogían de igual modo al acabar la clase. Y siendo tan comunes y abultadas las obras de Bártulo, se dio por extensión a todos los libros que llevaban los universitarios. Más tarde, estos mismos profesionales extendieron la palabra bártulos a toda clase de enseres y utensilios.
Camelia
Quienes tengan la dicha de pasar unos días veraniegos en Galicia o en el Norte de España, tendrán ocasión de admirar la belleza de las flores de este arbusto de la familia de las teáceas, originario de Japón. Su cultivo se generalizó cuando lo trajo de Japón, en 1786, el misionero jesuita Camelín. Su apellido, junto con su lugar de origen, dio nombre a la nueva planta: camelia japónica.
Alnado
Palabra que debería ser revitalizada. Figura en el DRAE con su significado auténtico: hijastro. Voz que proviene de al natus: nacido de otro. En el romance Mudarra venga a los infantes de Lara (s. XV) se ponen en boca el vengador, estas palabras: Si a ti dicen don Rodrigo / y aun don Rodrigo de Lara, / a mí: Mudarra González, / hijo de la renegada; / de Gonzalo Gustios, hijo; / alnado de doña Sancha; / por hermanos me lo hube / los siete infante de Lara. / tú los vendiste, traidor / en el Val de la Arabiana…
Juega con el macaco, pero no le tires del rabo
Refrán ya olvidado que merece ser recordado. Aconseja medir las gracias y las bromas con los demás, pues sobrepasando determinado límite, éstas pueden causar enfado.
Filólogo
BYP - 95 / Abril- Junio ------------------------------------------------------
Empecinarse
A mediados del pasado mes de septiembre, y siguiendo las huellas históricas de nuestra guerra contra Napoleón en tierras madrileñas, visité la villa de Lozoya. Ya había pasado por Móstoles, Casarrubuelos, La Cabrera y El Molar, en donde hablé con sus alcaldes o concejales de Cultura. En Lozoya, según “Madrid, pueblo a pueblo”, editado por ABC en 1999, Juan Martín Díaz el Empecinado comenzó a formar su partida de guerrilleros.
Juan Martín había nacido en Castrillo de Duero, en 1775. Contaba, pues, con 33 años cuando, en 1808, convenció a Juan García y a otros paisanos para formar una partida de valientes que combatiera al ejército francés, interceptando mensajes, asaltando convoyes y secuestrando soldados.
Los franceses se apoderaron de su madre, ya muy anciana, y amenazaron a Juan Martín que la fusilarían si no dejaba su actividad guerrillera. Él contestó que ahorcaría a los cien gabachos que tenía en su poder y a cuantos cayeran en sus manos. Y los franceses la pusieron libertad.
Pronto la fama de sus hazañas atrajo a nuevos voluntarios y pudo entablar verdaderos combates por tierras de Guadalajara y Cuenca. Consiguió armas, caballos y monturas y llegó a mandar un ejército de 10.000 soldados. Nombrado capitán por la Junta Central, conquistó Calatayud, Almunia y Daroca. Por tierras de Aragón, comenzaron a llamarle el Empecinado, y a sus soldados, como timbre de valentía, los empecinados. Una Real Orden de 1814 autorizó a Juan Martín Díaz a usar el apodo de Empecinado en los documentos oficiales.
El origen de tal sobrenombre proviene de pecina: cieno negruzco formado por materia orgánica en descomposición. Bien porque se llamaran pecinados o empecinados a los habitantes de Castrillo de Duero, patria de nuestro héroe, bien porque la pecina es sustancia pegajosa, que ofrece resistencia a ser desprendida, le vino bien el apodo a Juan Martín Díaz.
Hoy el verbo empecinarse es porfiar con constancia en una acción difícil, y el adjetivo empecinado es sinónimo de terco, obstinado o tenaz.
De cara a
Mi buen amigo Donaciano García Martín, doctor químico y farmacéutico, escribió, en BYP, nº 91, “Tasto, vocablo a recuperar”. Aquí propongo yo algo mucho más fácil: recuperar el uso de nuestra preposición española ante. Periodistas, comentaristas, escritores se han olvidado de nuestra casticísima preposición ante, y venga o no venga a cuento nos plantan un de cara a.
La locución preposicional de cara a tiene sólo dos usos: 1. Mirando en dirección a: Permanece callado, de cara a la pantalla; y 2. Con vistas a: De cara a las elecciones próximas, aunque, en tal caso, también un ante puede expresar lo mismo. No debe emplearse (de) cara a con valor de “ante”: Con esto se pone fin cara a la opinión pública; ni con sentido “en relación con”: Califican de valiosa la actitud española de cara a Oriente Próximo.
La Biblia en verso
José María Carulla nació en Igualada (Barcelona), en 1839. Estudió Derecho y se colegió en Madrid y en Sevilla. Hacia 1877, descubrió su estro poético, abandonó el ejercicio de la abogacía y se dedicó a versificar varios libros de la Biblia. Versos ripiosos que fue publicando en su revista católica y carlista La civilización. Pasado el tiempo, reunió su obra en varios tomos e importunó a congresistas y políticos, intentando colocar su Biblia en bibliotecas públicas y privadas. Envió al Vaticano 200 ejemplares, y León XIII le correspondió, otorgándole la cruz “Pro Ecclesia et Pontifice”.
Los pareados de la Biblia de Carulla fueron tema festivo en tertulias y reuniones:
El Niño Jesús nació en un pesebre, / donde menos se piensa salta la liebre.
Con traje de tertulia / salió Judit del pueblo de Betulia.
Jeroboam, potente, / engendró a Eliecer alegremente.
Pero otras estrofas más complejas resultan tan confusas y prolijas que a todo relato largo
y farragoso se le aplica la expresión proverbial La Biblia en verso.
A los años cuarenta / a Rebeca tomó, de Batuel hija,
que ciertamente afrenta / causábale prolija
por prole no obtener que regocija. / Al Dios Omnipotente
suplicó, por estéril ser su esposa, / y el Señor fue clemente…
Latinoamérica
Juan Aroca, en su Diccionario de atentados contra el idioma español, castiga con la horca literaria a quienes utilizan este galicismo en vez de Hispanoamérica o Iberoamérica. En la América española nunca hubo colonias, sino virreinatos. Las ciudades hispanoamericanas de los siglos XVI, XVII y XVIII y primera mitad del XIX fueron más cultas, mejor organizadas, con más universidades, colegios, imprentas, catedrales y riquezas artísticas que las colonias inglesas y las ciudades norteamericanas.
La expresión Latinoamérica la acuñó Michel Chevalier, agente de Napoleón III, intentando justificar la intervención de Francia en Méjico, en 1864. Aunque ajena a la realidad histórica, la expresión hizo fortuna. Y en la Exposición Internacional de Zaragoza, el pabellón que reunía a la mayoría de las naciones hispanoamericanas ostentaba el título de América Latina. Yo intenté entablar en latín una breve conversación con algunos de los responsables de varios mostradores y ninguno de ellos me entendió. ¡…!
Filólogo