Castellano
El idioma que hablamos la inmensa mayoría de los españoles e hispanoamericanos no es el castellano, sino el español. El castellano que se habló en Castilla y se extendió al resto de España hasta el Renacimiento, es sí la base de nuestro idioma actual, pero en mano y en boca de nuestros clásicos del siglo de Oro se transformó y enriqueció de tal modo que se convirtió en un idioma nuevo: surgió el español.
Algo parecido había sucedido ya en el siglo IX. El latín hablado y, sobre todo escrito, por Álvaro el cordobés rebelde o por san Eulogio, en el siglo siguiente, se fue perdiendo y transformando en lo que se conoció como lengua romance. Y aquella lengua derivada del “romano”, que orilló las declinaciones cambiando los casos latinos por preposiciones, se llamó castellano porque se habló primeramente en tierras de Castilla. Harto era Castilla pequeño rincón / cuando Amaya era cabeza y Fitero el mojón. El menor influjo del árabe en estas tierras permitió la evolución y propagación del castellano. La primera obra literaria que nos ha llegado de aquellos comienzos es el poema de Mio Cid (¿1140?), en una copia de comienzos del siglo XIV. Poema que representa el sentido amplio de españolidad cristiana, heroica, frente al Islam, y su amor a “quant grant es España”.
En su expansión, el castellano se fue enriqueciendo, sobre todo a partir del Renacimiento y de las grandes conquistas ultramarinas, de forma tal que se transformó en otro idioma: en el español. De tal manera de que si el autor de Mio Cid o Berceo, el primero de nuestros poetas conocidos, resucitaran y aparecieran de pronto entre nosotros, no nos comprenderían. Y quien dice Berceo puede asegurar otro tanto de castellanos de siglos medievales posteriores.
Hoy el español es un idioma para hablar por el mundo, pues es la lengua propia de veintitantos países y lo hablan más de cuatrocientos millones de personas. Sólo quienes quieren empequeñecer la grandeza imparable del español lo designan castellano. No incurramos nosotros nunca en este mezquino racaneo envidioso.
Habrá quien nos arguya que también son españoles el catalán y el gallego, y que, por tanto, no se puede hablar de un solo idioma español. Hay que rebatirle al tal argumentador que el catalán y el gallego son, sí, lenguas hispánicas; pero que el español, por antonomasia, es único.
Algo parecido había sucedido ya en el siglo IX. El latín hablado y, sobre todo escrito, por Álvaro el cordobés rebelde o por san Eulogio, en el siglo siguiente, se fue perdiendo y transformando en lo que se conoció como lengua romance. Y aquella lengua derivada del “romano”, que orilló las declinaciones cambiando los casos latinos por preposiciones, se llamó castellano porque se habló primeramente en tierras de Castilla. Harto era Castilla pequeño rincón / cuando Amaya era cabeza y Fitero el mojón. El menor influjo del árabe en estas tierras permitió la evolución y propagación del castellano. La primera obra literaria que nos ha llegado de aquellos comienzos es el poema de Mio Cid (¿1140?), en una copia de comienzos del siglo XIV. Poema que representa el sentido amplio de españolidad cristiana, heroica, frente al Islam, y su amor a “quant grant es España”.
En su expansión, el castellano se fue enriqueciendo, sobre todo a partir del Renacimiento y de las grandes conquistas ultramarinas, de forma tal que se transformó en otro idioma: en el español. De tal manera de que si el autor de Mio Cid o Berceo, el primero de nuestros poetas conocidos, resucitaran y aparecieran de pronto entre nosotros, no nos comprenderían. Y quien dice Berceo puede asegurar otro tanto de castellanos de siglos medievales posteriores.
Hoy el español es un idioma para hablar por el mundo, pues es la lengua propia de veintitantos países y lo hablan más de cuatrocientos millones de personas. Sólo quienes quieren empequeñecer la grandeza imparable del español lo designan castellano. No incurramos nosotros nunca en este mezquino racaneo envidioso.
Habrá quien nos arguya que también son españoles el catalán y el gallego, y que, por tanto, no se puede hablar de un solo idioma español. Hay que rebatirle al tal argumentador que el catalán y el gallego son, sí, lenguas hispánicas; pero que el español, por antonomasia, es único.
Hispanoamérica
Fueron los franceses quienes se inventaron un término engañoso que ha hecho fortuna: Latinoamérica. Y partiendo de Latinoamérica, derivan países, pueblos y pobladores latinoamericanos. Así quieren incluir en la inmensidad de las Américas hispánicas a los minúsculos territorios de Haití y la Guayana francesa. Latinoamerica, latinoamericanos o, abreviadamente, latinos, son torpes mentiras.
En el término latinoamericano se quiere englobar a toda la población descendiente de aquella a la que España dio la fe cristiana, la lengua, la cultura y el derecho. Aunque la cultura española estuviese basada en la greco-romana, era tal el abismo de los siglos ya pasados, que ni lo españoles hablaban latín ni las justísimas Leyes de Indias recordaban las leyes romanas. Es un sinsentido hablar de Latinoamérica o de latinoamericanos. Sin embargo, son términos que aparecen con frecuencia en algunos artículos periodísticos. Tales escritos demuestran claramente la crasa ignorancia de sus autores. Empleemos siempre Hispanoamérica e hispanoamericanos.
Sí son admisibles los términos Iberoamérica e iberoamericano cuando nos refiramos a toda América del Sur, incluyendo en ella a Brasil. Pues España y Portugal forman la Península Ibérica. Los portugueses supieron apropiarse de toda la cuenca del Amazonas, desde la breve península que se les concedió, y nació el gran Brasil.
En el término latinoamericano se quiere englobar a toda la población descendiente de aquella a la que España dio la fe cristiana, la lengua, la cultura y el derecho. Aunque la cultura española estuviese basada en la greco-romana, era tal el abismo de los siglos ya pasados, que ni lo españoles hablaban latín ni las justísimas Leyes de Indias recordaban las leyes romanas. Es un sinsentido hablar de Latinoamérica o de latinoamericanos. Sin embargo, son términos que aparecen con frecuencia en algunos artículos periodísticos. Tales escritos demuestran claramente la crasa ignorancia de sus autores. Empleemos siempre Hispanoamérica e hispanoamericanos.
Sí son admisibles los términos Iberoamérica e iberoamericano cuando nos refiramos a toda América del Sur, incluyendo en ella a Brasil. Pues España y Portugal forman la Península Ibérica. Los portugueses supieron apropiarse de toda la cuenca del Amazonas, desde la breve península que se les concedió, y nació el gran Brasil.
La misma moda que ha implantado en los textos escritos la tontería lingüística del maestro/a, niño/a, enfermero/a, leo a veces las conjunciones ilativa/disyuntiva y/o. En maestro/a, niño/a, la barra a (/a) es totalmente inútil porque el nombre en masculino ya incluye el femenino. (En otro artículo ya denuncié que el signo @, arroba, no es ninguna letra y que no debe emplearse para marcar el femenino).En el caso de que se quisiera destacar que en determinadas profesiones abundan más las mujeres que los hombres o que comienza a haber mujeres en una profesión tradicionalmente ejercida por hombres, lo más sencillo es colocar el adjetivo femenino delante: enfermeras y enfermeros, biólogas y biólogos.
Con el estúpido empleo del y/o, por mimetismo desafortunado del anglosajón, no entiendo lo que se pretende. Acabo de leer, en un anuncio: “Se requieren conocimientos de inglés y/o chino”. Si el anunciante precisa de una persona que se maneje en los dos idiomas, la o sobra; bastaría con la y sólo: Se requieren conocimientos de inglés y chino. Por el contrario, en el caso de que se precise únicamente uno de los dos idiomas bastaría con echar mano de la o: Se requiere cono- cimiento de inglés o chino. Y punto redondo.
Con el estúpido empleo del y/o, por mimetismo desafortunado del anglosajón, no entiendo lo que se pretende. Acabo de leer, en un anuncio: “Se requieren conocimientos de inglés y/o chino”. Si el anunciante precisa de una persona que se maneje en los dos idiomas, la o sobra; bastaría con la y sólo: Se requieren conocimientos de inglés y chino. Por el contrario, en el caso de que se precise únicamente uno de los dos idiomas bastaría con echar mano de la o: Se requiere cono- cimiento de inglés o chino. Y punto redondo.
Grifo
Cuando abrimos el grifo para lavarnos, refrescarnos o fregar, nunca pensamos por qué esa llave se llama así. El grifo era un animal fabuloso con cabeza de águila y cuerpo de león. El paso de la mitología a nuestro cuarto de baño o cocina es posible que tuviera un largo intermedio en las gárgolas que vertían el agua de lluvia desde los altos tejados de las catedrales. Las gárgolas, empequeñecidas, pero con formas de cabezas de grifos se reprodujeron, primero, en los aguamaniles de las sacristías; luego, en palacios y fuentes públicas; por último, con diseño menos decorativo pero más práctico, llegó a nuestra casa. Aunque perduró el nombre: grifo.
Granuja
Según el “Diccionario de origen de las palabras”, fresco y pícaro son, con granuja, de esos insultos que más que ofender, se dicen de forma cariñosa, por lo que suelen ser niños o chicos jóvenes los receptores de estos suaves improperios. Lo que quizá no pensemos cuando oímos o decimos la palabra granuja es que tal término proviene del grano de la uva. Así, el grano pequeño de la uva se le llamó granujo. Y granujo se aplicó al chaval demasiado espabilado.
El paso de granujo a granuja no tiene fácil explicación. ¿Recuerdo femenino de la uva? ¿Analogía con otros insultos, como sinvergüenza o canallita? A esto último habría que oponer que existen otros muchos insultos masculinos tan parecidos o más, como bribón, bribonzuelo, unante, pícaro, truhán y ladronzuelo. Lo seguro y cierto es que en el Diccionario Académico de 1843 ya aparece la palabra granuja, en femenino, con valor de bribón y pícaro. Y en el libro histórico del príncipe Lichnowski “Recuerdos de la guerra carlista” (1839), se cuenta que se instruyó militarmente a cerca de cuatrocientos granujas catalanes, muchachos de doce a quince años, que seguían a los batallones carlistas, entre ellos muchos hijos de los propios soldados.
El paso de granujo a granuja no tiene fácil explicación. ¿Recuerdo femenino de la uva? ¿Analogía con otros insultos, como sinvergüenza o canallita? A esto último habría que oponer que existen otros muchos insultos masculinos tan parecidos o más, como bribón, bribonzuelo, unante, pícaro, truhán y ladronzuelo. Lo seguro y cierto es que en el Diccionario Académico de 1843 ya aparece la palabra granuja, en femenino, con valor de bribón y pícaro. Y en el libro histórico del príncipe Lichnowski “Recuerdos de la guerra carlista” (1839), se cuenta que se instruyó militarmente a cerca de cuatrocientos granujas catalanes, muchachos de doce a quince años, que seguían a los batallones carlistas, entre ellos muchos hijos de los propios soldados.
Refranes olvidados sobre el año
Año de brevas nunca lo veas. (El año abundante en brevas escasea en otros frutos).
Año de nueces venga mil veces. (Se afirmó que las nueces quitaban el mal aliento, clarificaban la vista, confortaban el estómago y borraban las máculas del rostro. Hoy se asegura que rebajan el colesterol).
Año de ovejas, año de abejas. (Si abundan los pastos, abundan también las flores).
Cual el año, tal el jarro. (La cantidad de uva cosechada regía la porción de vino en la mesa).
En año caro, harnero espeso y cedazo claro. (Cuando el trigo encarecía, se aconsejaba que, se cribase el trigo con malla fina para que no se colasen por ella los granos partidos, y, al contrario, que se cerniese la harina por un tamiz menos prieto que dejara pasar también el salvado fino).
Tres años, un cesto; tres cestos, un can; tres canes, un caballo; tres caballos, un hombre. (Se decía de la duración de la vida de lo citado).
Lo que no acontece en un año, acontece en un rato.
Al año tuerto, el huerto; al tuerto-tuerto, la cabra y el huerto; al tuerto-retuerto, la cabra, el huerto y el puerco. (Remedios caseros de nuestros antepasados para sobrevivir en los años malos).
Dios nos tenga de su mano en invierno y en verano y en todo el tiempo del año.
Año de nueces venga mil veces. (Se afirmó que las nueces quitaban el mal aliento, clarificaban la vista, confortaban el estómago y borraban las máculas del rostro. Hoy se asegura que rebajan el colesterol).
Año de ovejas, año de abejas. (Si abundan los pastos, abundan también las flores).
Cual el año, tal el jarro. (La cantidad de uva cosechada regía la porción de vino en la mesa).
En año caro, harnero espeso y cedazo claro. (Cuando el trigo encarecía, se aconsejaba que, se cribase el trigo con malla fina para que no se colasen por ella los granos partidos, y, al contrario, que se cerniese la harina por un tamiz menos prieto que dejara pasar también el salvado fino).
Tres años, un cesto; tres cestos, un can; tres canes, un caballo; tres caballos, un hombre. (Se decía de la duración de la vida de lo citado).
Lo que no acontece en un año, acontece en un rato.
Al año tuerto, el huerto; al tuerto-tuerto, la cabra y el huerto; al tuerto-retuerto, la cabra, el huerto y el puerco. (Remedios caseros de nuestros antepasados para sobrevivir en los años malos).
Dios nos tenga de su mano en invierno y en verano y en todo el tiempo del año.
Me importa un pepino
Se tenía al pepino como hortaliza inimportante. Hoy se ha descubierto que un despreciable pepino posee vitaminas B1, B2, B3, B5, B6, ácido fólico, vitamina C, calcio, hierro, magnesio, fósforo, potasio y zinc más que suficientes para varios días. Además, calma la resaca y el dolor de cabeza, disminuye -frotado- las arrugas y la celulitis, acalla la bisagra chillona y limpia el calzado y los grifos. ¿Hay quién dé más?
Aurelio Labajo
Filólogo