jueves, 22 de septiembre de 2011

La novísima leyenda negra americana (I)

¿Por qué no se rebate definitivamente la calumnia de la Leyenda Negra que sigue calando en mentes y países, por falta de clara información?


Tres presidentes hispanoamericanos, Fidel Castro, Evo Morales y Hugo Chávez, evolucionaron hacia un indigenismo beligerante. Defienden al indio pero resucitan la Leyenda Negra contra España. Fidel Castro inició, en enero del 1998, la novísima leyenda, cuando aprovechándose de la publicidad de la visita del Papa Woytila, afirmó que los españoles habían asesinado a setenta millones de indios. Evo Morales, recientemente, considera el Día de la Hispanidad, como un día de luto. Chávez exige a nuestra nación pedir perdón por la conquista americana y derriba la última estatua de Colón en Venezuela, porque “Cristóbal Colón fue el jefe de una invasión que produjo no una matanza sino un genocidio… a los indios los descuartizaban”. Precisamente por contemplar horrorizados los españoles eso, descuartizar indios y sacarles el corazón, por tribus indígenas, denominaron a un enclave “Isla de los sacrificios”, por una de las primeras manifestaciones de idolatría, que ellos erradicaron. Según Escarrá Malavé, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso de Venezuela, el genocidio se elevó a 120 millones de indios. (Y lo han vuelto a repetir en febrero del 2010).

“Dos mozos, entre quince y diecisiete años, tenían el miembro genital cortado a raíz del vientre y juzgamos que sería... para engordarlos y comérselos más tarde”, (Michele de Cuneo). Uno de los devorados fue Juan Díaz de Solís, descubridor del Río de la Plata. Aclara, con valentía, el historiador norteamericano Lummis, “La razón de que no hayamos hecho justicia a los exploradores españoles es sencillamente porque hemos sido mal informados: su historia no tiene paralelo. Amamos la valentía y la exploración de las Américas por los españole: fue la más grande, la más maravillosa serie de proezas que registra la Historia”. (“Los Exploradores españoles del siglo XVI”). Otra de las críticas a los españoles se refiere a la cínica afirmación de que utilizaron caballos y perros en la conquista. Sin embargo, todos los ejércitos del mundo utilizaron animales, desde los elefantes de Aníbal hasta los perros de la policía comunista del muro de Berlín...

Fue tanta la proliferación de literatura extranjera sobre la leyenda negra americana que historiadores españoles, sugestionados, escribieron desde esas premisas. Así leemos en algunos diccionarios y enciclopedias españolas que la precolombina América ¡estaba poblada por treinta millones de indígenas! Por tan absurdas y falsas creencias el catalán, Ignacio Llorente, miembro de Ezquerra Republicana, criticó que Montilla, cuando era presidente de la Generalidad, asistiera el 12 de octubre, al desfile de la Hispanidad, porque era “celebrar el recuerdo de un genocidio”, cuestión que asombra por su incultura, que supone casi analfabetismo. Según el historiador mejicano José Vasconcelos, nada simpatizante de los españoles, no había más de seis millones de indios entre México, las Antillas y el istmo centroamericano. Ángel Rosemblat, Catedrático de Historia en Argentina, estimó que a la llegada de Colón no había más de trece millones y medio en toda América, Norteamérica y el Caribe, incluidos.
El mito del genocidio indio americano parte de dos premisas, la inventada excesiva población precolombina y la falsa disminución de la misma por acción de los españoles. Empecemos por las exageraciones sobre la población indígena. Fue natural que los españoles deslumbrados por las nuevas tierras magnificaran comentarios y hazañas. Empezando por Colón; por ejemplo, cuando describe la isla La Española (República Dominicana + Haití), de unos 77.000 km2, afirma que es más del doble de Portugal (unos 91.000 km2) y que en el enorme puerto, se pueden cobijar “cuantas naos hay en la Cristiandad”, con unos ríos tan profundos que cabían “cuantos navíos hay en España” y montañas “que no las hay más altas en el mundo”. Fernández de Oviedo: “La Tierra Firme, la cual creo que no es menor que todas tres juntas, Asia, África y Europa”. Según Fray Toribio de Benavente, para 1536 ya habían, los franciscanos, bautizado en México cerca de cinco millones de indios; según Bernal Díaz del Castillo 400 españoles, con trece caballos, en la batalla de Tlaxcala, contra 100.000 indígenas tuvieron solo una baja mortal y una yegua muerta, que se la llevaron los tlaxcaltecas para sacrificarla y ofrecer las herraduras a sus ídolos; Hernán Cortés, en carta a Carlos V, describe el valor temerario de sus 400 soldados, enfrentados en una batalla, a 149.000 aztecas (¿número exactísimo?) que cubrían toda la tierra; Fray Juan de Torquemada testimonia que en la capital de México se sacrifican, a los ídolos, todos los años 72.244 prisioneros, esclavos y delincuentes (para Fray Juan de Zumárraga sólo 20.000 víctimas al año, para otros 100.000). El Inca Garcilaso de la Vega, hijo de conquistador y princesa indígena, relata que 300.000 indios presenciaron la ejecución de Túpac Amaru; sin embargo Roberto Leviller confirma una cifra de 15.000. Según las Crónicas toltecas, poco antes de Cortés, en sus guerras con los aztecas, perecieron 5.600.000 entre ambas partes.

Según Sapper, Hispanoamérica era un inmenso bosque, no podía acoger gran población (como actualmente la Amazonia) y los recursos alimenticios de la selva son tan limitados que no eran raras las hambrunas. El que se interne en ella, si no va bien aprovisionado, raramente se salvará. Lo que no era selva tropical, las grandes zonas costeras, eran entonces, según el P. José de Acosta , “pedazos inhabitables, ya por arenales que los hay crueles, y montes enteros de arena, ya por ciénagas que hacen pantanos y tierras anegadizas sin remedio”. En esas playas empantanadas fueron cazados, con flechas envenenadas, los españoles, al desembarcar, como le sucedió al famoso cartógrafo Juan de la Cosa. Kroeber, aplicando criterios de densidad de población, según culturas, considera que, toda América, no tendría más de ocho millones y medio de habitantes. Aun los pueblos más civilizados, aztecas e incas, estaban muy retrasados, no conocían el hierro y el bronce duro, ni la rueda, ni medios de transporte; “sus mulas y bueyes son la gente... sufren muy bien el hambre y pasan con muy poco”, (Fray Diego de Landa); su civilización estaba basada en la agricultura del maíz, patata, quinoa, legumbres, etc., no explotadas a gran escala. La irrigación, abonos e instrumentos agrícolas eran casi desconocidos, etc. Con estas premisas no podían mantener grandes poblaciones. Según Pedro Cieza de León, en el valle de Chilca, “Ni del cielo se ve caer agua ni por él pasa río ni arroyo, y está lo más del valle lleno de sementera de maíz... para que tenga la humedad necesaria, los indios hacen unas hoyas anchas y muy hondas, en las cuales siembran... pero el maíz por ninguna forma ni vía podría nacer el grano si con cada uno no echasen una o dos cabezas de sardinas”.

Las Crónicas precolombinas, notifican de horribles periodos de hambres, así en el reinado de Moctezuma I, el viejo (1440-1469), por inundaciones y heladas que arruinaron las cosechas, de 1450 a 1454; sobre todo en el 1452 hubo una hambruna durante otros tres años, comiendo la población raíces, hierbas, insectos y peces. Moctezuma I permitió a sus súbditos emigrar, y hombres y mujeres se vendían como esclavos. Esto se solucionó con la construcción, por los españoles, de acequias y canales, para regar el país, lo cual evitó que muchos pueblos murieran de hambre. “La distancia cultural era entre el hombre hispánico y los indios de cultura superior, [incas y aztecas] de más de 5000 años. El resto de América era secundario y absolutamente primitivo”, (Enrique Dussel, historiador argentino). Lo mismo sucede con los animales, escasos en las zonas boscosas.

En cuanto a las exageraciones sobre las matanzas de indios tenemos que tener en cuenta, entre otros factores, la lucha por el poder, y sobre todo la envidia entre los descubridores, la gran asignatura pendiente de los españoles, que mienten, para perjudicar al compañero (contra Balboa, Pizarro, etc.); el enfrentamiento entre colonizadores y frailes para dirimir quien gobernará las nuevas tierras, etc.; tenemos en primer término a Fray Bartolomé de las Casas, un paranoico según Menéndez Pidal, con sus mentiras y calumnias, en su tristemente famosa “Brevísima relación de la destrucción de las Indias“ (1542), donde afirma que testigos de diferentes partes (sin pruebas, no cita a ninguno, sólo en una ocasión a un tal inexistente “Juan García”) le explicaron las matanzas. Ya en las páginas de esta Revista expusimos la crítica de este libelo, “Las Indias de Fray Bartolomé”, ByP nº 89, octubre 2007. De los continuos ataques a los colonizadores, se disculpa, en cierta manera, en 1552, en su libro “Tratado Comprobatorio del imperio... sobre las Indias”, al afirmar “presenté treynta proposiciones desnudas de prueva... porque se me dio mucha priessa por las embiar a Su Magestad”.

La intención era buena, denunciar abusos y acelerar las Nuevas Leyes de Indias (1542), elaboradas antes de la publicación del libelo, más humanitarias todavía que las anteriores. Leyes únicamente existentes en las colonizaciones españolas, no de otras naciones. Pero el fin no justifica los medios y el resultado fue fatal, inicio de una Leyenda Negra. Toda la gran labor histórica de Las Casas la ensombrece la Brevísima, como reflexionó Francis Borgia Steck, refiriéndose a Fray Bartolomé, “a quien miente una vez, ya no se le cree aunque diga la verdad”. Un enemigo de España, cuya obra se incluyó en el Índice de libros prohibidos, Corneille de Pauw en sus “Recherches sur les Américains” (1768), denunciaba, a pesar de todo, las afirmaciones de Las Casas: “que en un plazo de 40 años sus compatriotas han degollado 50 millones de indios. Pero contestaremos que aquello es una grosera exageración... representa tal número de hombres toda Alemania, Holanda, los Países Bajos, Francia y España juntas no contienen hoy 50 millones”. Los actuales defensores de Fray Bartolomé, como el P. Isacio Pérez Fernández, contestan que “en aritmética geográfica bien podían caber en América 1350 millones”. Tan anticientífica defensa es como si en el año 2008 la India estaba poblada por 1150 millones, entonces Canadá por su extensión geográfica debería tener 3493 millones en lugar de 33, y el Chad, por su aritmética geográfica 448 en lugar de 11. La explosión demográfica humana no existía en el siglo XV en Europa y mucho menos en América.

Escribía Fray Toribio de Benavente, a Carlos V “los indios desta Nueva España están bien tratados, tienen menos pecho y tributo que los labradores de la vieja España, cada uno a su manera”. Diversos autores analizan la despoblación de las Antillas por epidemias de origen europeo sin defensas, hambres, terremotos, huracanes y maremotos, canibalismo y alcoholismo: “muy disolutos en beber y emborracharse, de lo cual les seguían muchos males como matarse unos a otros... y pegar fuego a sus casas; y que con todo eso se perdían por emborracharse: Y cuando la borrachera era general y de sacrificios, contribuían todos” (Fray Diego de Landa).

Unos, se negaban a trabajar o eran poco productivos, lo que influyó en la importación de los negros africanos. Otros, sufrieron la derrota moral ante una civilización superior. Los indios de las islas se negaron a procrear, huían a otras islas o al continente para no trabajar. Comían tierra para suicidarse, según J. Wisse (¿por anquilostomiasis importada con los negros?). Según Evo Morales, “en países como Puerto Rico y Cuba los indígenas prefirieron autosuicidarse antes de ser esclavos de los españoles”. Algo parecido a Numancia, escogieron el sacrificio antes que la rendición ante Roma. ¿Exigiremos, como pretende Chávez, disculpas a Italia? Fernández de Oviedo (1535) relata una realidad de hambruna, liquidadora de indios y conquistadores, en La Española: “Acordaron todos los indios de aquella provincia de no sembrar... Los cristianos comiéronse sus bastimientos, e aquellos acabados, queriéndose ayudar de los de la tierra que los indios acostumbran, no los tenían para sí ni para ellos. Y de esta manera se caían muertos de hambre... murió la mitad de la gente, e por toda la tierra estaban los indios muertos”.

Mientras tanto a los cristianos “muchas dolencias graves e incurables, a los que quedaron con la vida se les siguieron”. Esta despoblación de las Antillas sucedió también en las de ingleses, franceses y holandeses, Bahamas, Bermudas, etc., por los mismos motivos. Pero lo sucedido en las islas, no ocurrió en el continente americano, aunque, según Motolina, murieron 800.000 indios, en México, por viruela provocada por contagio de un negro enfermo de la expedición de Narváez (para detener a Hernán Cortés), entre ellos Cuitlahuac, el sucesor de Moctezuma II. El argentino Mariano Fazio, catedrático de Historia, escribe sobre la inevitable extinción, “alguien ha señalado gráficamente que si los españoles hubieran desembarcado en América con el sólo fin de vender rosas, el declive demográfico hubiera sido similar”.

Miguel de Aguilar Merlo
Licenciado en C. de la Información

 
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