lunes, 27 de enero de 2014

El primer Hernán Cortés


Mucho se ha polemizado sobre el afán de riquezas de los conquistadores españoles, en particular Hernán Cortés y Francisco Pizarro, silenciando otras facetas muy positivas y muy olvidadas. Por ello vamos a insistir sobre los primeros pasos de Hernán Cortés, muy humano con los indígenas, antes y después de su aventura por tierras mexicanas.
Francisco Hernández de Córdoba, fue enviado por el gobernador local de Cuba, Diego Velázquez, con tres navíos,  en 1517, para comerciar por las  tierras continentales americanas; allí preguntó a los indígenas cómo se llamaba la región. Ellos contestaron “Tectecan”, “no entendemos”, que tradujo malamente por Yucatán y así bautizó el lugar en donde perdió la mitad de sus hombres, sobre todo en la “Costa de la Mala Pelea” y trajo noticias de existencia de oro y un indio, luego llamado Melchorejo.
Al año siguiente, Juan de Grijalva fue el segundo enviado, para transacciones comerciales, también con bajas y él mismo herido. Denominó la región como Nueva España, pero “allí hallamos sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes llenas de sangre… y pusimos por nombre Isla de Sacrificios” (Díaz del Castillo). De regreso a Cuba, fue recibido fríamente por sus escasos resultados comerciales. En las dos expediciones iban Bernal Díaz del Castillo y el piloto  Antón de Alaminos, que ya acompañó a Colón; ambos irán con Cortés.
Hernán Cortés, (1485-1547), había nacido en Medellín; hijo del capitán de infantería Martín Cortés Monroy y de Catalina Pizarro Altamirano; sus padres le enviaron a Salamanca para estudiar Leyes, donde permaneció dos años, pero él, de espíritu aventurero, prefirió embarcarse en 1504 hacia La Española (Santo Domingo y Haití), donde fue escribano durante seis años. En 1511, por mandato del Gobernador Diego Colón,  encargó a Velázquez conquistar la isla Juana, (Cuba, desde 1515; denominada Fernandina por Real Cédula de Fernando, el Católico, porque la nombrada por Colón con ese nombre resultó ser muy pequeña). Hernán Cortés para fundó varias ciudades, Santiago, San Salvador, etc.,  y Diego Velázquez designo a Hernán Cortés, alcalde de Santiago, capital de la isla hasta 1549. Velázquez decidió armar una tercera escuadra hacia Nueva España y, tras varios altercados con Hernando Cortés, le eligió para mandar una expedición de carácter privado como socios; Cortés aportó siete naves y tres el Gobernador. El 18 de febrero de 1519 partió Cortés de Cuba. En el puerto de Trinidad, se le agregó Juan Seseño, con un buque suyo.  
Hernán Cortés, ahora rico minero y ganadero, contrató unos 500 soldados y 100 marineros. La misión era muy modesta: recoger náufragos y cautivos; intercambios comerciales con los indios y poco más;  no poblar, ni ocupar. Arribó Cortés a la isla de Cozumel, muy cercana a Yucatán, después de su compañero Alvarado, el cual se apoderó de objetos indios y gallinas. Entonces Cortés reprendió a Pedro de Alvarado, “que no se habían de apaciguar las tierras  tomando a los naturales sus haciendas”. Hizo devolver lo robado y pagar las gallinas comidas. Gracias al buen trato  de Cortés con los indios, y con el intérprete Melchorejo, se indagó sobre posibles prisioneros cristianos; se envió a Diego de Orgaz con la misión de rescatarlos, con entrega de fastuosa bisutería y camisas castellanas. Mientras éste regresaba, Cortés persuadió a los habitantes de la isla de abandonar sus ídolos y sacrificios humanos: “algunas veces sacrificaban sus mismas personas, cortándose unos la lengua, y otros las orejas, y otros acuchillándose el cuerpo con unas navajas. Toda la sangre que de ellos corre la ofrecen a aquellos ídolos”. (Hernán Cortés, Cartas de Relación). En desterrar estas bárbaras costumbres le ayudaron dos sacerdotes, Juan Díaz y Bartolomé de Olmedo. Hernán Cortés derribó los ídolos desde lo más alto de sus templos y entronizó la imagen de la Virgen con el Niño Jesús en su lugar.
  Tras el regreso de Orgaz, sin noticias  de  cautivos, intento partir con la flota, pero ante una gran tempestad, esperaron en la isla, y aquí ocurrió un hecho milagroso según ellos. Una canoa, venida desde el cercano continente, con varios indígenas, trajo a un prisionero liberado, Jerónimo de Aguilar,  antiguo clérigo de Écija, que naufragó cerca de Jamaica, en la expedición de Enciso y Valdivia, con otros quince hombres y dos mujeres; unos murieron sacrificados a los ídolos, otros en la esclavitud y sólo se salvaron  él y Gonzalo Guerrero. Precisamente Aguilar fue encerrado en una jaula y cebado para un sacrificio, pero logró escaparse y un cacique le trató bien como esclavo, permaneciendo ocho años entre indios y aprendió varios dialectos mayas y será providencial intérprete desde entonces. Al otro superviviente, Gonzalo Guerrero, con mejor suerte, casado con la princesa maya Zazil Há, no consiguió convencerle, “Hermano Aguilar, yo soy casado, tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras; íos vos con Dios; que yo tengo labrada [tatuada] la cara e horadadas las orejas: ¿qué dirán de mí desque me vean esos españoles ir desta manera?”. (Bernal Díaz del Castillo). Guerrero, luchó contra las cuatro expediciones de Hernández de Córdoba, Francisco de Montejo, Andrés de Cereceda y Pedro de Alvarado.
Desembarcados, al fin, en Nueva España, tuvo lugar una batalla contra los indios,  cerca de Tabasco, en Centla, el 25 de marzo de 1519. El día anterior el “lengua” Melchorejo había huido, aconsejando a los indígenas que atacaran porque los españoles eran muy pocos. Los españoles de Diego Orgaz arremetieron de frente a un innumerable ejército, “había para cada uno de nosotros trescientos indios” (B. D. C.). Cortés abrió nuevo frente por la retaguardia, con trece caballos, repletos de cascabeles, decisivos en la batalla. Los indios tuvieron 800 muertos. Cortés devolvió la libertad a los jefes que habían luchado contra él y les entregó diversos regalos, indicándoles, por  Jerónimo de Aguilar, que venían en misión de paz y querían dialogar con los caciques más importantes. No tardaron en acudir éstos y en agradecimiento entregaron a Hernán Cortés veinte jóvenes y bellas esclavas, luego liberadas y bautizadas. Como eran vísperas del Domingo de Ramos, al día siguiente celebró fastuosamente dicha fiesta, con todo el ejército en procesión, unos quinientos hombres  portando ramos y flores, con gran devoción hacia el templo, donde la Santísima Virgen con el Niño Jesús reemplazaron a los ídolos indígenas. Una multitud de indios, pasmados, imitaron a los españoles y se integraron, tras ellos, en la procesión. El padre Olmedo celebró la Santa Misa, con todos los españoles cantando. Una música sacra impregnó el ambiente desde los manglares hasta las pétreas ciudades mayas. Hernán Cortés estaba, por primera vez, introduciendo el cristianismo en Nueva España. Será el ingreso del  Nuevo Mundo en la próspera civilización occidental europea, más importante que la conquista  de Constantinopla por los turcos.
Informó Cortés a  Carlos V de tener “noticia de lo que los naturales le habían dicho de la persona e grand estado de Moctezuma.” Enterados del poderoso imperio llamado México, todavía con sus ramos de flores en las manos, los españoles volvieron a embarcarse, remontando la costa de Nueva España conocida por el mismo piloto jefe Antón de Alaminos.  En San Juan de Ulúa, los indígenas conocedores de la presencia de los extranjeros, se mostraron afables, pero los dialectos mayas conocidos por Aguilar no se parecían nada a los dialectos aztecas;  se resolvió casualmente el problema porque una de las indias regaladas a Hernán Cortés, era oriunda de las tierras mexicas y hablaba, perfectamente además de los dialectos mayas, aprendidos en su cautiverio, los propios de su país;  tras su bautizo sería llamada doña Marina, y así los mensajes de los indígenas ella se los traducía al maya a Jerónimo de Aguilar y éste se los trasladaba a Hernán Cortés en español. “Después de Dios, le debemos la conquista de la Nueva España a Doña Marina”. (Carta de Cortés).
Por una serie de casualidades, Cortés se encontró con una de las mejores herramientas para adentrarse en un inmenso imperio desconocido, poseer los medios de comunicarse con su enemigo y sobre todo para desterrar los sacrificios, constantemente citados por Bernal Díaz, “porque estarán hartos de oír de tantos indios e indias, que hallábamos sacrificados”. El historiador y diplomático mexicano Juan Miralles relata “el sol perdería su fuerza si al romper el alba no recibía la sangre de los primeros sacrificios del día... en los días normales serían unos pocos los sacrificados en cada templo, en cambio, en las grandes solemnidades el número aumentaba considerablemente”. En cuanto al dios Xipe Totec, de la vegetación, durante sus fiestas del “desollamiento de los hombres”, lanzaban flechas a las víctimas para que el flujo de su sangre representara la lluvia que alimentaba los campos.  Bernardino de Sahagún en su “Historia general de las cosas de Nueva España”, declara que su obra “ fue traducida en lengua española... después de treinta años que se escribió en lengua mexicana” y afirma que “después a los sacrificados les echaban en ollas con flores de calabaza... y enviaban a Moctezuma un muslo para que comiese”.
En estas circunstancias se presentó un grave problema a Hernán Cortés, no estaba autorizado a poblar, solo a “rescatar oro”, y reaccionó con habilidad y diplomacia. Transformó su ejército en una comunidad municipal, al estilo de los antiguos pobladores foramontanos que crearon Castilla. Nombró alcaldes y regidores, delegó todos sus poderes y misiones en un Cabildo, elegido por la Comunidad. Posteriormente este Cabildo le eligirá, por unanimidad, Justicia, Alcalde Mayor y Capitán General. Ya con estos poderes legales construyo la ciudad, ayudado por los indios, y decidió enfrentarse al Imperio azteca, como le exige su Comunidad. Para ello envió emisarios a España para que los Reyes ratificasen sus nuevos poderes. “Hicimos un requerimiento al dicho capitán... convenía que esta tierra estuviese poblada... le pedíamos y requeríamos que luego nombrase... alcaldes y regidores en nombre de vuestras reales altezas... y luego comenzó con gran diligencia a poblar y a fundar una villa, a la cual puso por nombre la Rica Villa de la Veracruz”. (Hernán Cortés, Cartas de Relación), a doce leguas al norte de San Juan de Ulúa.  Tras intercambiar regalos con el gobernador imperial Teuthile, le invitó Cortés a una Santa Misa, a la que asistió con sus súbditos y tras el oficio ofrecieron los cristianos a los naturales un típico banquete con platos y vinos españoles, con una conversación fluida gracias a los dos intérpretes, Aguilar y Marina. Así empezó la conquista y colonización española en el continente americano con un “simposium” al estilo griego, de diálogos en diferentes idiomas y con diversos vinos, de donde surgió la petición de entrevistarse Cortés con el emperador Moctezuma. Tras varias embajadas negativas, por fin, Moctezuma accedió a que acudiera Cortés a su capital, Tenochtitlán: “Yo tengo por mejor ser rico de fama que de bienes”.



Miguel de Aguilar Melo
Académico de número de la Academia de la Hispanidad

 

 
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