Francisco
Hernández de Córdoba, fue enviado por el gobernador local de Cuba, Diego
Velázquez, con tres navíos, en 1517,
para comerciar por las tierras
continentales americanas; allí preguntó a los indígenas cómo se llamaba la
región. Ellos contestaron “Tectecan”, “no entendemos”, que
tradujo malamente por Yucatán y así bautizó el lugar en donde perdió la mitad
de sus hombres, sobre todo en la “Costa de la Mala Pelea” y trajo
noticias de existencia de oro y un indio, luego llamado Melchorejo.
Al año siguiente, Juan de
Grijalva fue el segundo enviado, para transacciones comerciales, también con
bajas y él mismo herido. Denominó la región como Nueva España, pero “allí
hallamos sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los
pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes llenas de sangre… y
pusimos por nombre Isla de Sacrificios” (Díaz del Castillo). De regreso a
Cuba, fue recibido fríamente por sus escasos resultados comerciales. En las dos
expediciones iban Bernal Díaz del Castillo y el piloto Antón de Alaminos, que ya acompañó a Colón;
ambos irán con Cortés.
Hernán
Cortés, (1485-1547), había nacido en Medellín; hijo del capitán de infantería
Martín Cortés Monroy y de Catalina Pizarro Altamirano; sus padres le enviaron a
Salamanca para estudiar Leyes, donde permaneció dos años, pero él, de espíritu
aventurero, prefirió embarcarse en 1504 hacia La Española (Santo Domingo y
Haití), donde fue escribano durante seis años. En 1511, por mandato del
Gobernador Diego Colón, encargó a
Velázquez conquistar la isla Juana, (Cuba, desde 1515; denominada Fernandina
por Real Cédula de Fernando, el Católico, porque la nombrada por Colón
con ese nombre resultó ser muy pequeña). Hernán Cortés para fundó varias
ciudades, Santiago, San Salvador, etc., y
Diego Velázquez designo a Hernán Cortés, alcalde de Santiago, capital de la
isla hasta 1549. Velázquez decidió armar una tercera escuadra hacia Nueva
España y, tras varios altercados con Hernando Cortés, le eligió para mandar una
expedición de carácter privado como socios; Cortés aportó siete naves y tres el
Gobernador. El 18 de febrero de 1519 partió Cortés de Cuba. En el puerto de
Trinidad, se le agregó Juan Seseño, con un buque suyo.
Hernán
Cortés, ahora rico minero y ganadero, contrató unos 500 soldados y 100
marineros. La misión era muy modesta: recoger náufragos y cautivos;
intercambios comerciales con los indios y poco más; no poblar, ni ocupar. Arribó Cortés a la isla
de Cozumel, muy cercana a Yucatán, después de su compañero Alvarado, el cual se
apoderó de objetos indios y gallinas. Entonces Cortés reprendió a Pedro de
Alvarado, “que no se habían de apaciguar las tierras tomando a los naturales sus haciendas”.
Hizo devolver lo robado y pagar las gallinas comidas. Gracias al buen
trato de Cortés con los indios, y con el
intérprete Melchorejo, se indagó sobre posibles prisioneros cristianos; se
envió a Diego de Orgaz con la misión de rescatarlos, con entrega de fastuosa
bisutería y camisas castellanas. Mientras éste regresaba, Cortés persuadió a
los habitantes de la isla de abandonar sus ídolos y sacrificios humanos: “algunas
veces sacrificaban sus mismas personas, cortándose unos la lengua, y otros las
orejas, y otros acuchillándose el cuerpo con unas navajas. Toda la sangre que
de ellos corre la ofrecen a aquellos ídolos”. (Hernán Cortés, Cartas de
Relación). En desterrar estas bárbaras costumbres le ayudaron dos
sacerdotes, Juan Díaz y Bartolomé de Olmedo. Hernán Cortés derribó los ídolos
desde lo más alto de sus templos y entronizó la imagen de la Virgen con el Niño
Jesús en su lugar.
de cautivos, intento partir con la flota, pero
ante una gran tempestad, esperaron en la isla, y aquí ocurrió un hecho
milagroso según ellos. Una canoa, venida desde el cercano continente, con
varios indígenas, trajo a un prisionero liberado, Jerónimo de Aguilar, antiguo clérigo de Écija, que naufragó cerca
de Jamaica, en la expedición de Enciso y Valdivia, con otros quince hombres y
dos mujeres; unos murieron sacrificados a los ídolos, otros en la esclavitud y
sólo se salvaron él y Gonzalo Guerrero. Precisamente
Aguilar fue encerrado en una jaula y cebado para un sacrificio, pero logró
escaparse y un cacique le trató bien como esclavo, permaneciendo ocho años
entre indios y aprendió varios dialectos mayas y será providencial intérprete
desde entonces. Al otro superviviente, Gonzalo Guerrero, con mejor suerte,
casado con la princesa maya Zazil Há, no consiguió convencerle, “Hermano
Aguilar, yo soy casado, tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán
cuando hay guerras; íos vos con Dios; que yo tengo labrada [tatuada] la
cara e horadadas las orejas: ¿qué dirán de mí desque me vean esos españoles ir
desta manera?”. (Bernal Díaz del Castillo). Guerrero, luchó contra las
cuatro expediciones de Hernández de Córdoba, Francisco de Montejo, Andrés de
Cereceda y Pedro de Alvarado.
Tras el regreso de Orgaz, sin
noticias
Desembarcados,
al fin, en Nueva España, tuvo lugar una batalla contra los indios, cerca de Tabasco, en Centla, el 25 de marzo
de 1519. El día anterior el “lengua” Melchorejo había huido, aconsejando
a los indígenas que atacaran porque los españoles eran muy pocos. Los españoles
de Diego Orgaz arremetieron de frente a un innumerable ejército, “había para
cada uno de nosotros trescientos indios” (B. D. C.). Cortés abrió nuevo
frente por la retaguardia, con trece caballos, repletos de cascabeles,
decisivos en la batalla. Los indios tuvieron 800 muertos. Cortés devolvió la
libertad a los jefes que habían luchado contra él y les entregó diversos
regalos, indicándoles, por Jerónimo de
Aguilar, que venían en misión de paz y querían dialogar con los caciques más
importantes. No tardaron en acudir éstos y en agradecimiento entregaron a
Hernán Cortés veinte jóvenes y bellas esclavas, luego liberadas y bautizadas. Como
eran vísperas del Domingo de Ramos, al día siguiente celebró fastuosamente
dicha fiesta, con todo el ejército en procesión, unos quinientos hombres portando ramos y flores, con gran devoción
hacia el templo, donde la Santísima Virgen con el Niño Jesús reemplazaron a los
ídolos indígenas. Una multitud de indios, pasmados, imitaron a los españoles y
se integraron, tras ellos, en la procesión. El padre Olmedo celebró la Santa
Misa, con todos los españoles cantando. Una música sacra impregnó el ambiente
desde los manglares hasta las pétreas ciudades mayas. Hernán Cortés estaba, por
primera vez, introduciendo el cristianismo en Nueva España. Será el ingreso
del Nuevo Mundo en la próspera
civilización occidental europea, más importante que la conquista de Constantinopla por los turcos.
Informó
Cortés a Carlos V de tener “noticia
de lo que los naturales le habían dicho de la persona e grand estado de
Moctezuma.” Enterados del poderoso imperio llamado México, todavía con sus
ramos de flores en las manos, los españoles volvieron a embarcarse, remontando
la costa de Nueva España conocida por el mismo piloto jefe Antón de
Alaminos. En San Juan de Ulúa, los
indígenas conocedores de la presencia de los extranjeros, se mostraron afables,
pero los dialectos mayas conocidos por Aguilar no se parecían nada a los
dialectos aztecas; se resolvió
casualmente el problema porque una de las indias regaladas a Hernán Cortés, era
oriunda de las tierras mexicas y hablaba, perfectamente además de los dialectos
mayas, aprendidos en su cautiverio, los propios de su país; tras su bautizo sería llamada doña Marina, y así
los mensajes de los indígenas ella se los traducía al maya a Jerónimo de
Aguilar y éste se los trasladaba a Hernán Cortés en español. “Después de
Dios, le debemos la conquista de la Nueva España a Doña Marina”. (Carta de
Cortés).
Por una serie de casualidades,
Cortés se encontró con una de las mejores herramientas para adentrarse en un
inmenso imperio desconocido, poseer los medios de comunicarse con su enemigo y
sobre todo para desterrar los sacrificios, constantemente citados por Bernal
Díaz, “porque estarán hartos de oír de tantos indios e indias, que
hallábamos sacrificados”. El historiador y diplomático mexicano Juan
Miralles relata “el sol perdería su fuerza si al romper el alba no recibía
la sangre de los primeros sacrificios del día... en los días normales serían
unos pocos los sacrificados en cada templo, en cambio, en las grandes
solemnidades el número aumentaba considerablemente”. En cuanto al dios Xipe
Totec, de la vegetación, durante sus fiestas del “desollamiento de los
hombres”, lanzaban flechas a las víctimas para que el flujo de su sangre
representara la lluvia que alimentaba los campos. Bernardino de Sahagún en su “Historia
general de las cosas de Nueva España”, declara que su obra “ fue
traducida en lengua española... después de treinta años que se escribió en
lengua mexicana” y afirma que “después a los sacrificados les echaban en
ollas con flores de calabaza... y enviaban a Moctezuma un muslo para que
comiese”.En estas circunstancias se presentó un grave problema a Hernán Cortés, no estaba autorizado a poblar, solo a “rescatar oro”, y reaccionó con habilidad y diplomacia. Transformó su ejército en una comunidad municipal, al estilo de los antiguos pobladores foramontanos que crearon Castilla. Nombró alcaldes y regidores, delegó todos sus poderes y misiones en un Cabildo, elegido por la Comunidad. Posteriormente este Cabildo le eligirá, por unanimidad, Justicia, Alcalde Mayor y Capitán General. Ya con estos poderes legales construyo la ciudad, ayudado por los indios, y decidió enfrentarse al Imperio azteca, como le exige su Comunidad. Para ello envió emisarios a España para que los Reyes ratificasen sus nuevos poderes. “Hicimos un requerimiento al dicho capitán... convenía que esta tierra estuviese poblada... le pedíamos y requeríamos que luego nombrase... alcaldes y regidores en nombre de vuestras reales altezas... y luego comenzó con gran diligencia a poblar y a fundar una villa, a la cual puso por nombre la Rica Villa de la Veracruz”. (Hernán Cortés, Cartas de Relación), a doce leguas al norte de San Juan de Ulúa. Tras intercambiar regalos con el gobernador imperial Teuthile, le invitó Cortés a una Santa Misa, a la que asistió con sus súbditos y tras el oficio ofrecieron los cristianos a los naturales un típico banquete con platos y vinos españoles, con una conversación fluida gracias a los dos intérpretes, Aguilar y Marina. Así empezó la conquista y colonización española en el continente americano con un “simposium” al estilo griego, de diálogos en diferentes idiomas y con diversos vinos, de donde surgió la petición de entrevistarse Cortés con el emperador Moctezuma. Tras varias embajadas negativas, por fin, Moctezuma accedió a que acudiera Cortés a su capital, Tenochtitlán: “Yo tengo por mejor ser rico de fama que de bienes”.
Miguel de Aguilar Melo
Académico
de número de la Academia de la Hispanidad