viernes, 13 de septiembre de 2013

Iglesias y conventos del Madrid antiguo III

Un museo con setecientos relicarios

Monasterio de la Encarnación 
(Plaza de la Encarnación, 1)
Si Teresa de Jesús extendió la reforma carmelitana, su admiradora Mariana de San José fundó los conventos de agustinas recoletas. La reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, patrocinó la fundación de un convento cerca del Alcázar, para que fuese su abadesa Mariana de San José.  En 1611 se bendijo la primera piedra y pocos años después profesaban en el convento treinta y tres agustinas descalzas. Hoy lo habitan solamente siete religiosas. 
La fachada de la iglesia muestra un perfecto equilibrio en sus cuatro cuerpos: pórtico con tres arcos; sobre la puerta central, el bello relieve en mármol de la Anunciación; sobre él, un ventanal flanqueado por los escudos de los reyes; y, coronando todo el conjunto, un triángulo con óculo y remates.
En su interior, no se sabe qué admirar más si los frescos de la cúpula o los de la bóveda, si los grandes óleos laterales o si el retablo central y su tabernáculo, obras ambas de Ventura Rodríguez. Las tallas de san Agustín y de santa Mónica flanquean el altar mayor.
La iglesia abre sus puertas para la misa diaria. La dominical, a las 12 h. La primera visita guiada al museo es a las 10.30 h. Se recorren numerosas estancias conventuales: portería reglar y torno, salas de pinturas, salón de reyes, claustro bajo, coro, iglesia… Todo enriquecido con bellas imágenes, como la del Cristo yacente, las de la Virgen, crucifijos de marfil y valiosos óleos de autores de renombre. Pero lo asombroso de esta visita es la gran sala de los relicarios: curiosas obras de orfebrería que encierran reliquias de santos. La pieza más famosa es la que guarda la sangre de san Pantaleón, que se licua cada 27 de julio, día de su martirio. Y ese día se expone en la iglesia a la veneración de los fieles. 

¿Se encontrarán los huesos de Cervantes?

Trinitarias Descalzas
(Calle de Lope de Vega, 18)´

La Real Academia de la Lengua ya intentó, por dos veces, encontrar los restos de Cervantes en la iglesia de este monasterio. Hoy día, un arqueólogo busca financiación para seguir en el mismo empeño.
En 1612 fundó este convento una viuda rica, Juana Gaitán. Una hija natural de Miguel de Cervantes, Isabel, profesó en él. Don Miguel dejó en su testamento que él y su mujer, Catalina de Salazar, fuesen enterrados en la capillita del monasterio. (Él falleció en 1616). Y así se hizo. Años más tarde, en 1673, ricas donaciones permitieron derribar la capilla primitiva y levantar la iglesia actual. En dichas obras se perdió el rastro de ambas sepulturas.
También profesó en este convento Marcela de San Félix, hija natural de Lope de Vega. De ella escribió con gran ternura nuestro Fénix de los Ingenios, en su Epístola a Fernando de Herrera. Marcela de San Félix (Lope de Vega y Luján) fue una poetisa prolífica: escribió seis Coloquios espirituales, ocho loas, veintisiete romances y numerosos villancicos, seguidillas, liras y endechas. En la calle Huertas una placa de bronce la recuerda. En ella figuran estos versos suyos: “Todo cuanto el mundo ofrece / en sus vanas esperanzas / apenas son apetencias / pues al comenzar se acaban”. Fue muy emotiva la detención del cortejo fúnebre de Lope ante el monasterio, para que su hija pudiera despedirse de él.
Actualmente el monasterio es un edificio enorme de ladrillo  que ocupa media manzana y da a tres calles. Viven en él catorce religiosas. Tienen alquilados un par de locales. Varias ventanas del tercer piso aparecen tapiadas.
La fachada de la iglesia repite el esquema de La Encarnación: tres arcadas con poderosa rejería, hermoso bajorrelieve con La imposición de la casulla a san Ildefonso, ante san Juan de Mata y san Félix de Valois, fundadores de la orden trinitaria, los historiados escudos de los marqueses de La Laguna, definitivos fundadores del monasterio, y frontón triangular.
Un hecho inexplicable salvó de la destrucción todas las obras de arte que acumula su iglesia. En 1936, una cuadrilla numerosa de milicianos entró en ella, con cuerdas y hachas, dispuesta a derribar los retablos y a destrozar imágenes y cuadros. Pero “un señor” habló con los jefes y los convenció de que aquella iglesia podía convertirse en museo histórico. (¿De la superstición religiosa de siglos pasados?). Nadie se explica cómo pudo convencerlos. Lo cierto es que los jefes ordenaron retirada y colocaron ante la puerta retén de guardia. Nunca se ha sabido quién fue aquel “señor” tan persuasivo.
El retablo mayor de san Ildefonso (1739) fue obra y donación de Manuel de Mesa, padre de una religiosa. A ambos lados, destacan las grandes esculturas de los trinitarios fundadores. Pueden contemplarse otras muchas obras de excelentes artistas, como el Cristo de la Piedad, la Inmaculada o el busto de la Dolorosa. La iglesia sólo abre en horas de culto. 

Escándalos fundacionales

Benedictinas de San Plácido
(C/ San Roque, 9)

El Misterio de la Encarnación, de Claudio Coello
El poderoso conde duque de Olivares, Jerónimo de Villanueva, fundó este monasterio, en 1622, como regalo a su antigua prometida Teresa Valle de Cerda, quien fue su primera abadesa. Pronto fueron denunciados a la Inquisición, por prácticas amorosas, el capellán y el propio fundador. Villanueva, para expiar sus culpas, donó al convento el Cristo yacente de Gregorio Fernández. El propio rey Felipe IV, enamorado de la novicia sor Margarita de la Cruz, a la que visitaba por un pasadizo, bajo la calle de San Roque, que unía el palacio de Villanueva con las celdas monacales, arrepentido de su pecado, encargó a Velázquez y regaló al monasterio el Cristo en la Cruz, joya hoy del Museo del Prado.
Un arquitecto agustino, fray Lorenzo de San Nicolás, construyó la iglesia, en 1655. Bello templo barroco más aparente que sólido, con cúpula de entramado de madera y acabado de escayola y muros de ladrillo, pero soberbia decoración. Para su grandioso retablo mayor, Claudio Coello pintó una bellísima y compleja Anunciación. A ambos lados, entre columnas corintias estriadas, las esculturas de los fundadores de la orden benedictina, san Benito y santa Escolástica. En los gajos de la bóveda, Francisco de Ricci pintó las veneras de las Órdenes militares que siguieron la regla benedictina. En los retablos laterales pueden admirarse otras pinturas y tallas policromadas de excelentes artistas.


La colegiata que fue catedral

San Isidro el Real

Colegiata de San Isidro, vista desde la Plaza Mayor
En 1561, Felipe II eligió Madrid como sede permanente de la Corte, en vez de seguir el sabio consejo de su padre de que la instalara en Lisboa. Al año siguiente, una comunidad de jesuitas ocupó unas casas donadas por Leonor Mascareñas, aya del rey. Allí, en la calle de Toledo, abrieron un modesto colegio y una humilde capilla, bajo la advocación de San Pedro y San Pablo. Cuando Francisco de Borja, duque de Gandía, ya jesuita, y María, viuda del emperador Maximiliano II, se instalaron en Madrid, transformaron la residencia jesuítica en el magnífico Colegio Imperial y la capillita en la hermosa iglesia de San Francisco Javier, recientemente canonizado. El patio del colegio, obra maestra de la arquitectura barroca, único ejemplar actual, tras las desastrosas desamortizaciones, fue obra de Melchor Bueras.
Carlos III expulsó a los jesuitas, en 1767, y ordenó que la iglesia cambiara el nombre por el de San Isidro, previo traslado del cuerpo momificado del santo labrador. El Colegio Imperial pasó a ser Reales Estudios de San Isidro, base de las facultades universitarias y primera Escuela de Arquitectura. Fernando VII, en 1820, permitió la vuelta de los jesuitas. Catorce años después, se difundió el rumor de que los jesuitas habían envenenado las aguas de Madrid. Un grupo de exaltados mató, en el Colegio Imperial, a catorce religiosos e hirió gravemente a otros cinco. Al año siguiente, Mendizábal los expulsó de nuevo.   
Cuando se creó la diócesis de Madrid-Alcalá (1855), segregándola de la archidiócesis de Toledo, la colegiata de San Isidro, pasó a ser catedral. Y los Reales Estudios dieron paso al actual Instituto de Segunda Enseñanza. En 1936, los “sindiós” destrozaron y quemaron la mayor parte del interior de la catedral. 
La capilla más bella de esta iglesia es la de Jesús del Gran Poder, pues conserva su decoración barroca en muros y bóveda. Las pechinas fueron pintadas por Claudio Coello, con los cuatro profetas mayores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. Aquí, también se salvó de la quema el cuadro de Francisco de Ricci: Cristo camino del Calvario. La talla es copia moderna.
El retablo de la capilla de la Virgen del Pilar es el original de Sebastián de Herrera. También se salvó de la quema, en parte, el retablo de la capilla de san Isidro, con su imagen de la Inmaculada, de José de Mora. Sobre el retablo, la coronación de la Virgen; y, en las pechinas, los cuatro evangelistas. Las tallas de san Isidro y de santa María de la Cabeza se trajeron del Colegio de la Paloma. Y de la iglesia del Carmen, se trasladaron, en 1947, el retablo y tallas de la capilla de los santos médicos Cosme y Damián, de 1630.


Aurelio F. Labajo
Filosofía y Letras

 
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