lunes, 29 de abril de 2013

Espinas y rosas

“Érase una vez”. Así comenzaban muchos cuentos en una época en que los sueños eran necesarios. Nos parecía que esta frase encerraba un pasado lleno de misterios y, sobre todo, teníamos la certeza de que nosotros seríamos capaces de descubrir tales misterios.

En la España de aquella época, se luchaba por un desarrollo tanto económico como cultural o, simplemente, emocional. La Guerra Civil había acabado hacía unos años, pero la locura de esos años había dejado marcado el corazón de toda la Nación. Existían dos colores; el blanco y el rojo. Colores bellísimos los dos, pero con connotaciones totalmente diferentes. Eran un poco como el ángel y el demonio, es decir, España estaba dividida, y la herida era muy profunda. Quizá por esta razón los cuentos de entonces necesitaban un final feliz, para llenar las almas infantiles de esperanza.
Siempre se ha dicho que el cariño y la comprensión son los bastiones más fuertes de la felicidad. Así, podríamos elegir al azar una familia de esta época e intentar reflejar en ella una historia paralela a tantas otras del momento.
Situaremos a nuestra familia en Madrid, viviendo en una de sus calles e intentando adaptarse a ese presente/futuro incierto. La elección de una familia, como representación de esta historia, se debe a la necesidad de unión que debía existir en aquel momento para lograr algo y, creo que, dentro de este estatus, se podría encontrar.
Empezaré por la descripción de los personajes elegidos. El hombre era un joven abogado, mutilado en la terrible contienda, que tenía a su lado a una mujer exquisita. Este joven, como todos, quería construir su vida con esperanza. ¿Cómo se podría empezar de cero física, material  y sobre todo, emocionalmente? El primer paso era desterrar la idea de invalidez. Esto lo logró, de forma simbólica, tirando la silla de ruedas por la ventana  y empezando a trabajar como un ciudadano más. El joven abogado, casado, instaló su bufete en el mismo domicilio. Su mujer era alta., pelirroja y, además de exquisita, bellísima.
El día de la unión de los dos jóvenes, Madrid amanecía con el cielo característico de los cuadros de Velázquez. Ese azul de cobalto maravilloso que el pintor plasmó en muchas de sus obras y, además, dejó como testimonio y herencia al mundo entero. El lugar del evento era sencillo y no se esperaba ningún ágape o festejo. El padrino iba a ser el médico que intentó y logró que al joven abogado sólo se le amputase una pierna. A falta de lámparas y candelabros, el sol dorado entraba en el recinto llenándolo de luz. Al final del acto religioso ocurrió lo inesperado, se abrió la puerta y apareció un camarero con todo tipo de pastelillos y laminerías. Los jóvenes sorprendidos no sabían qué hacer, ya que dinero para lamines no había. La sorpresa era que el padrino estaba ofreciendo su regalo de boda. La fiesta terminó con el mismo buen presagio del comienzo ya que el cielo, al caer la tarde, se cubría de estrellas marcando con sus destellos un futuro difícil pero no imposible y, además, como el color está unido como la vida, indistintamente, a la luz y a la oscuridad, este día ofrecía un futuro tan bello en claro-oscuro como las mejores transparencias de Tiziano En este gran día, sólo una mota enturbió la felicidad de los jóvenes: la ausencia de la familia de la novia.
Los primeros años, aunque difíciles e impredecibles, estuvieron llenos de cariño y compresión recíproca. Hay que matizar un dato; la mujer fue desheredada por su familia. Es decir, el hecho de casarse con un lisiado (concepto de su madre) y no hacerlo con un buen partido, fue razón suficiente para dejarla fuera.
Hubo también en este comienzo, una persona muy entrañable: la madre del joven abogado, viuda a cuyo único hijo había dado, prácticamente, todo lo que tenía y, de este modo, intentó ayudarlo en su propósito de crear una familia.
Esta madre era, curiosamente, muy moderna para el momento histórico que se vivía en el país. Su atuendo era negro como se llevaba en aquella época en España a una cierta edad, pero su espíritu y su bondad eran tan adelantados que llamaban la atención sus sentencias y sus hechos. a primera gran alegría de esta joven unión fue el nacimiento de su primera hija. La bella mujer y el joven abogado habían logrado "'lo normal": tener un hijo; aunque para ellos era otro símbolo de victoria contra la invalidez que, esta vez, tomaba la forma de un ser humano. Así se hacía realidad el sueño de los cuentos de “Érase una vez”. 


Gloria Cebrián
Doctora en Filología Española
De la Tertulia literaria del CDL

 
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