Furia
Una de las palabras más enérgicas y expresivas del español, para designar el estado violento en que se encuentra una persona dominada por la ira es
la palabra furia. (Resumo aquí un largo y bien documentado artículo del libro “La biografía de las palabras”, de Efraín Gaitán). Furioso o furibundo se dice del muy encolerizado o irritado. Ponerse hecho una furia equivale a entrar casi en un estado de demencia, causado por una ira extremada.
Para conocer la fuerza expresiva de la palabra furia y el valor idiomático que tiene la comparación “ponerse como una Furia” hay que acudir a la mitología greco-romana y
bajar al averno para encontrar a las Furias, divinidades infernales, cuyo oficio era encolerizarse contra los homb
res perversos y vengar con ira femenina las infracciones a las leyes morales.
Las diosas que tenían la triste misión de vivir enfurecidas, pues siempre han existido malvados sobre los que descargar su enojo, eran tres hermanas llamadas Alecto, Megera y Tesifone, hijas de Aqueronte, descendiente del Sol y de Gea, la Tierra. Júpiter, en castigo de haber dado de beber a los Titanes cuando luchaban contra él, convirtió a Aqueronte en el río subterráneo cuyas aguas negras tenían que cruzar los muertos, en la barca de Caronte, para entrar en los infiernos. Las Furias recibían otros nombres: Diras, si se hablaba del cielo; Euménidas, si se las relacionaba con la tierra; y Perras de la Estigia, si se las situaba en el infierno.
Aunque tenían su morada en el antro espantoso del averno, las Furias vagaban por el mundo, acompañadas de una legión de demonios que las ayudaban a vengar las injusticias. Su semblante era terrorífico. Eran negras y negra era la capa que las
cubría totalmente. Tenían serpientes por cabellera, blandían puñales y antorchas y, con sus pies alados, perseguían veloces a los criminales. Castigaban en vida, con calamidades, a los malhechores: cegaban a unos, privaban a otros de salud, fama o riqueza, o los castigaban con la impenitencia y la obcecación. Esto último equivalía a la perdición eterna, pues el malvado, obcecado, seguía cometiendo maldades en cadena.
El poder de las mensajeras de la justicia de los dioses espantó de tal modo a griegos y romanos que no se atrevían a nombrarlas y, para tenerla
s propicias, les tributaban un culto especial.
Joan Corominas, en su Diccionario etimológico, registra la palabra furia en español, ya en 1438. Y señala sus derivados furioso, furibundo, furor, enfurecer y enfurecimiento.
Cursilerías idiomáticas
Juan Aroca, en su “Diccionario de atentados contra el idioma español”, presenta una tarjeta de amonestación a los pedantes, muchos de ellos in
crustados en la Administración gubernativa, que inventaron y utilizan con seriedad expresiones cursilísimas que deberían hacernos reír.
En este apartado, reproduce una selección de ellas hecha por Ricardo Sanabre y publicadas en el diario ABC: diseño curricular, segmento de ocio (por recreo), mapa de conceptos (por esquema de una lección), pruebas de papel y lápiz (por controles o evaluaciones), materias curriculares, espacio de optatividad, contenidos actitudinales, niveles de concreción, animadores docentes (por profesores), talleres (por clases).
Y añade otras perlas del mismo es
tilo pedagógico, denunciadas por Francisco Soler: equipo de trabajo unicelular (por alumno), equipo de trabajo multicelular (por grupo de alumnos, naturalmente), avance cognitivo satisfactorio (por buenas notas), baremación (por calificación), actividad gráfico-motriz (por dictado), disfunciones (por errores), propedéutica (por enseñanza. ¿Llegaremos a tener algún día una Dirección General de Propedéutica Pública?).
Animo a mis lectores a que amplíen la lista en otros ámbitos, como el conselleiro de la Xunta, el Parlament catalán, etc., escrito o hablado e
n español, cuyos autores se merecen la cárcel de papel.
Amor reverencial a las mayúsculas
Nosotros, las personas mayores, solemos escribir demasiadas palabras con mayúscula, como en nuestros lejanos tiempos escolares. A nuestra redacción llegan con frecuencia artículos que no se adaptan a las normas que sobre el uso de las mayúsculas dio la RAE hace tiempo, sobre todo en cuestión de títulos y dignidades. Resulta curioso que sus autores no se hayan percatado aún de las escasas mayúsculas que aparecen en las columnas de los periódicos, pues no se aplican el cuento.
Refranes con anécdota
"Premio que en darse tarde, al premiador deshonra y al premiado agravia"
Afirma que las recompensas y galardones han de darse a su debido tiempo, para que quien los recibe pueda disfrutarlos. Así vino a decirlo, ya en su lecho de muerte, José Patiño, el llamado “Colbert español”, cuando Felipe V le otorgó un título nobiliario con Grandeza de España: El rey me da sombrero cuando ya no tengo cabeza.
"Quien prevé, provee."
Alaba la virtud de la previsión y aconseja guardar para el futuro. Bien lo sabía doña Mencía de Mendoza, la cual, en ausencia de su marido, hizo construir en Burgos la Casa del Cordón, la de la Vega del Gamonal y la capilla del Condestable, por el solo gusto de decirle luego al ausente amado: Ya tenéis, señor, palacio donde morar, quinta donde cazar y capilla en que os han de enterrar.
"Siembra y cría, y habrás alegría, que andarse en palacios es burlería"
Ensalza la vida campesina en contraposición a las seducciones de la urbe. Cuando tras veinte años de reinado, el emperador Diocleciano se acogió a su retiro campesino de Solana y a poco le visitó un general para rogarle que volviese a ceñir la corona, respondió el césar: A buen seguro que no me aconsejarías tal cosa, si vieses las hermosas coles que cultivo en mi huerto.
"Vizcaíno necio, torozón de en medio"
Afirma que, a veces, en las disputas distributivas, el que parecía más tonto escapa con la mejor tajada. Así, en el cuento de los dos castellanos que, en el trance de repartir una trucha con un vizcaíno, traman burlarse de él, pretextando que uno no quiere la cabeza ni otro la cola; oído lo cual, cuchillo en mano, resuelve el vizcaíno: Tú que no quieres cola, come cabeza; y tú que no quieres cabeza, come cola; que yo, vizcaíno necio, juro conformarme con “torozón” de en medio.
Aurelio Labajo
Filólogo