“El románico catalán brilla en Madrid” titulaba, eufórico, un diario nacional en su sección cultural. Se refería a la muestra “El esplendor del románico”, que se estaba exponiendo esos días en la Fundación Mapfre de Madrid.
Esa mañana luminosa y pictórica de primavera, comentábamos el artículo del periódico, mientras esperábamos al resto del grupo de “Disfrutar con el Arte”, en el número 23 del Paseo de Recoletos, para entrar juntos a la exposición.
Recuerdo que alguien decía que cuando las expectativas son tan altas, como las que alimentaba el diario, la realidad puede decepcionar. Pero esto no sucedió, sino todo lo contrario. La visita fue extraordinaria: La magia, ingenuidad y sencillez del estilo más antiguo del arte sacro, nos cautivó.
Era una muestra de 59 obras maestras procedentes del Museo Nacional d´Art de Catalunya (MNAC), en la que se podían admirar todas las técnicas y temáticas desarrolladas por el románico.
Aunque el románico catalán viaja poco, cuando lo hace, lo hace a lo grande. A comienzos del siglo XX, las principales manifestaciones de este arte, cultivado entre los siglos XI y XII, fueron trasladadas desde las iglesias de los Pirineos a Barcelona, al Museu d'Art de Catalunya, (antecesor del actual MNAC). Solo a raíz de la guerra civil estas piezas dejaron su ubicación actual. Fue en 1936, para preservar las obras de la contienda bélica. El Gobierno de la República trasladó toda la colección a París, y allí, en 1937, se exhibieron parte de sus fondos en una exposición sobre arte medieval catalán, que acogió el Jeau de Pomme.
Esta fue la primera vez que el románico catalán podía verse fuera de Cataluña. Y la segunda salida ha sido para esta exposición. En esta ocasión, se ha aprovechado el cierre, por remodelación, de las salas del MNAC donde se expone habitualmente. Todo ello ha sido posible por la aportación filantrópica de 900.000 euros que ha realizado la Fundación Mapfre.

El primer impacto que recibimos al entrar en la exposición fue el del uso del color en esta arquitectura, que se puede disfrutar fuera de Cataluña porque entre 1919 y 1923, gracias a la intervención de la Junta de Museos de Barcelona, las pinturas murales fueron traspasadas a tablas por un grupo de restauradores italianos, que utilizaron una técnica denominada strappo.
Gracias a esta intervención, pudimos disfrutar de las decoraciones murales de los ábsides románicos. En particular, el de San Clemente de Taull nos envolvió con su riquísima iconografía, que va desde la cabecera hasta el muro de la contrafachada. Pero la cima de la emoción la sentimos al llegar al punto focal de estas pinturas, al contemplar la imagen de la Divinidad, que preside la bóveda del ábside.
Ya más sosegados, nos atrajo el poder del maravilloso ejemplar de pintura al temple sobre tabla, que es el Frontal de los Apóstoles o de la Seo de Urgel. También las Vírgenes con el Niño y el Descendimiento de la Cruz. Si nos cautivaron estas piezas, La Majestad Batlló, un Cristo policromado triunfante sobre la muerte, no dejó insensible a nadie.
En definitiva, hemos disfrutado de una deliciosa exposición, con una iluminación y presentación de las piezas magistral, que conseguía resaltar increíblemente los colores. Así pues, era cierto: El esplendor del románico catalán lucía en Madrid.
María Almansa Bautista
Licenciada en Ciencias Químicas